CATALANISMO TORERO
Vivo en la contradicción cotidiana. Me gustan los toros y me parece fantástico que Catalunya tenga selecciones propias. Aparentemente son dos cosas antagónicas y representativas de dos sensibilidades indisolubles. La primera opción responde a un hecho pasional, que nace en el estómago y se instala en el corazón. La otra surge en el cerebro pero también recorre el territorio de los sentimientos. Por eso debemos evitar que el delirio desemboque en conflictos. En el ámbito del reconocimiento deportivo internacional al que aspira Catalunya, los políticos deben procurar no hacer el ridículo. Ir a Ginebra como hizo esta semana Carod Rovira a suplicar que podamos competir en unas surrealistas olimpiadas de naciones sin estado, supone un duro golpe para los que apoyamos la concepción originaria de las selecciones catalanas.
La grotesca idea del republicano viajero permitiría disputarle medallas a las Islas Feroe, a Tirol del Sur o a Chechenia. Apasionante. Para no llevar a equívocos diré que vibrar con la selección catalana de fútbol, por ejemplo, no te convierte en independentista. En temas de selecciones, sentir en mayor medida que la catalana gane a cuando lo hace la española no es excluyente. Me alegro cuando gana España, pero me retuerzo de gusto cuando lo hace Catalunya. Como miles de escoceses en su caso particular. De igual modo que algunos amigos me recomiendan ir al psicoanalista por lo de las selecciones, también me aconsejan acudir a un profesional por ser catalanista y amar el toreo. Adorar la tauromaquia no tiene nada que ver con la españolidad ni con su bandera. No ves ninguna en las plazas de toros del sur de Francia. En Nimes por ejemplo, donde el toro también muere, la fiesta taurina no tiene nada que ver con el unionismo lírico español. La tauromaquia es un arte emocionante y complejo, que mezcla danza, riesgo, circo, arte, emoción y elegancia. Para los que aun no puedan entenderlo les doy la buena noticia del regreso de Jose Tomas. Es como ver a Picasso pintar. Además, acusar lo taurino de tortura es como decir que un Ribera del Duero es alcohol y ya está. La primera vez que fui a los toros fue con Paco Mora, en Castellón, por la Magadalena. Toreaba José Tomas. Cuando le pregunté como identificar un buen pase de otro vulgar, Mora, sin apartar su mirada del ruedo, me dijo: “si te fijas, con este, en cada pase, en cada verónica, el tiempo se detiene por un instante”. Tenía razón, pero lo que no sabía es que también se paró mi alma.
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