Votaré a quién nombre un robot como Ministro del Futuro.
‘Ya sé lo que quiero ser de mayor, papá’. Así, sin anestesia, nuestros hijos suelen informarnos de sus sueños y de sus, todavía, blandos proyectos de futuro. El mío, de once años, quiere ser físico, desarrollador y programador de robots. Ya programa rutinas y no se le da mal. Sin embargo no lo será. No tal y como él imagina o yo puedo interpretar. Por primera vez en la historia es imposible saber a que se dedicarán nuestros hijos. Dentro de 15 años el mundo laboral que conocemos será una litografía en color sepia. Lo grave es que nadie está trabajando para evitar que ese parto sea doloroso. Lo evidencia cada vez más el tinglado que montan los partidos políticos en campaña electoral. Sus meriendas pre-organizadas y sus discursos diseñados al milímetro. Permitidme que sonría cuando escucho esto último: ‘discursos diseñados al milímetro’. Menos mal que los preparan, si no serían de aurora boreal.
Votes lo que votes, no votaras a nadie que ahora mismo esté teniendo en cuenta lo que va a pasar en unos pocos años. A veces me acuerdo cuando hace doce años pensaba lo mismo y nadie hacía caso. Es de cataclismo intelectual comprobar el modo en el que se preocupan de los debates televisados, de las redes sociales, de la gestión de datos o del uso que ‘dicen’ hacer de la inteligencia artificial y luego comprobar como nada de eso está en sus programas, en su plan político. No lo tienen en cuenta. Permitidme que dude de que usen nada de eso. Conozco a destacados consultores políticos expertos en gestión de datos, inteligencia artificial e ingeniería sociológica aplicada a campañas electorales. He trabajado con algunos y la mayoría aseguran que no intuyen que se esté usando nada en ese sentido. En España, la campaña, ha sido tradicional porque está en manos de propuestas tradicionales, desde la ejecución tradicional y poco más. Que un debate televisivo aquí o allí se convirtiera en tema de debate lo muestra claramente, que los followers en Instagram sea noticia o que se considere que una portada en papel es relevante hoy en día, es como pensar que las encuestas no se deben publicar en la última semana de campaña. En general una lejanía de la realidad que asusta.
Ahí va un resumen muy simple a lo visto hasta ahora en la campaña electoral que se arrastra estos días por la geografía española, cansina, a ritmo de procesiones, con las saetas de siempre y la ensalada de encuestas tan interesantes como interesadas. Tenemos un partido de color rojo que se esconde porque todo le va genial mientras obvia la tormenta económica que se avecina. Hay otro de color azul que incapaz de empatizar con los problemas reales de todo un país que aun no percibe que ha salido de la crisis en términos generales. El de color naranja es el que nos ha descubierto el centro político. El centro era un punto intermedio desde que lo dijera Euclides hace miles de años. Ahora ya no, el centro es un lugar entre la derecha y la derecha. Un cuarto partido de color morado es capaz de defender a las clases populares desde su mansión con hipoteca concedida por la banca ética. Que no se diga. El de color verde no es ecologista. El verde es el quinto partido en liza. Es la irrupción de la denominada ultraderecha. Una urticaria naturalizada en el resto de Europa y que en realidad es la escisión natural del sector más conservador del antiguo partido que controlaba la derecha en su conjunto. Hay más. Desde un partido que defiende a los animales con posiciones de vergüenza ajena, al listado habitual de partidos con intereses territoriales que amenazan con imponer voluntades locales si alguien quiere o necesita su apoyo. En general, el mismo arcoíris.
Me pregunto sobre los ‘expertos’ de los partidos de siempre. ¿Dónde se han pasado los últimos diez años los estrategas de partido, los directores de comunicación y táctica política?¿De qué leches hablan cuando plantean estrategias a sus clientes? Es divertidísimo leer las propuestas de algunas consultoras políticas sobre eso de ‘estrategia de partido’ en redes sociales o ver como muchos ‘políticos’ se ven la mar de actuales poniendo un ‘@’ delante de su nombre un ‘#’ en sus eslóganes. Es que esto ya no es lo que era. Digamos que la gente va decidiendo lo que votar por otros canales que no tienen mucho que ver con la estrategia (mejor dicho, táctica) de los que llevan tanto tiempo en un sillón de alcántara, del cual, cuando se levanten no habrá manera de que regrese a su forma original del tiempo y peso que lleva sufriendo el pobre asiento.
Te guste o no, la sociedad en red (que sí, también consume tele), se nutre del debate entre las ideas que se derivan y no de la visualización de unos teatros que simulan ser nutritivos. Esos espacios, esa estrategia orgánica y viva, que no depende de órdenes directas sino de su voracidad distribuida, de que la tecnología y su enlace con lo analógico permita canalizarse, aun no ha empezado a detectar el desastre económico y social al que nos encaminamos sin remedio. Un descontento social que espera a que la ‘tele’ explique que volvemos a estar en ‘crisis’ y no una ligera ‘desaceleración’. Esto no va de mensaje, ni de líderes, es un tema más complejo. Los americanos lo inventaron pero quienes mejor lo manejan ahora son los escandinavos. Creas un entorno, derivas un mensaje, utilizas la tecnología y la dejas fluir. Luego, sólo tienes que dejar que los datos y su gestión capaciten tus decisiones electorales y tus acciones de gobierno. Se sorprenderían el uso básico e ineficiente que se está haciendo ahora mismo de todo eso en la mayoría de países europeos y la mayoría de latinoamericanos.
Pero lo importante es económico y de lo económico no se habla. Mejor dicho, si se habla no se emite y si se emite no se escucha. Da igual como lo digas. Da lo mismo que expliques la mutación de nuestro entorno. Ya no escribimos cartas, no elaboramos álbumes de fotos, nos reunimos sin estar juntos, no compramos entradas en ninguna taquilla, no se utilizan mapas callejeros, las guías turísticas son reliquias, no compramos periódicos, no visitamos tiendas de música, no conservamos nada en papel, no programamos un aparato para poder ver más tarde una película, no vamos al banco, leemos libros en pantallas digitales, conversamos en cualquier momento con personas que están a miles de kilómetros sin coste y en idiomas que desconocemos a tiempo real y las ciudades se gestionan por sistemas expertos que lo regulan todo de forma automática. Todo es distinto, pero la política se mantiene voluntariamente igual. Hierática ante los cambios que se suceden en el exterior de su burbuja.
Pero les llegará. Hoy en día las decisiones políticas se toman en base a tres criterios: presupuesto, interés partidista y capacidad de gestión. La primera la gestionaría increíblemente mejor un software inteligente que una docena de ministros de economía visto lo visto. Lo segundo, más divertido, un gestor de datos masivos capaz de trabajar en base a variables de bienestar social no dependiente de votos, podría gobernar sin esperar ‘encuestas’ o lo que fuera. La tercera es pura evidencia. ¿Quién más eficiente que un software aséptico? La política del futuro también será tecnológica y de verdad. Ya hay síntomas en algunas propuestas escandinavas que dejan en manos de software algunas ‘decisiones’ de interés público. En un par de décadas el escenario político también será muy distinto. Tal vez antes. No hablo de ideología, nuevos actores, ni tan siquiera de líderes modernos ofreciendo respuestas modernas. Me refiero a que, a la política, también le llegará la disrupción, su transformación digital poco tendrá que ver con los procesos técnicos, que también, sino con los modelos de decisión y estrategia ejecutiva. Tardará porque se van a defender, pero llegará.
El camino será el mismo del de otras ‘industrias’. Pasaremos de un escenario en el que los partidos proponen y la sociedad dispone, a otro en el que la sociedad exigirá y los partidos se adaptarán a esas peticiones. Para ello hará falta mucha democracia, viva y constante, automatizaciones, aceptación de que las deducciones estratégicas y políticas pueden establecerse mucho mejor a partir de la interpretación de los datos masivos y de la inteligencia artificial. No es ciencia ficción. Tiene poco de ficción y mucho de ciencia. Como ejemplo decir que existen compañías cotizadas en Japón que están siendo dirigidas por un software. En concreto hablo del caso del cerebro digital ‘Vital’ de la empresa Aging Analytics. Un CEO digital que gobierna una multinacional y que tiene voto de valor en un consejo de administración que está a sus órdenes. Por cierto, el incremento de facturación y beneficios ha permitido que se le renueve el contrato indefinidamente.
La convivencia entre lo tecnológico aplicado a la política es potencialmente viable. ¿Por qué van a ser los políticos los únicos a los que no les afecte ese futuro mundo sin empleo? Yo lo tengo claro visto lo visto. Yo votaría a un robot. Seguramente falta tiempo para que pueda depositar mi voto en una urna digital para votar a un software con una ‘ideología’ técnica, pero, mientras eso no llega, veamos a qué se dedican los actuales ‘líderes’. Les llamamos líderes vete tú a saber por qué, pues su lejanía de lo que sucede es de tal calibre que probablemente cuando todo esto se los lleve por delante pasarán años hasta que se den cuenta. Ellos seguirán yendo a su puesto de trabajo como si nada hubiera pasado, como en un guión de Asimov entrarán en su despacho rodeados de máquinas, se sentarán a ‘gestionar’ y nadie se dará cuenta de su presencia. Tanto tiempo ralentizando el mundo, tanto tiempo derivando sus responsabilidades, jugando a sus juegos de tertuliano de bar, tanto tiempo hablando de ellos mismos, que nada cambiaría con su presencia. Fin del juego.
Propuse hace tiempo que se considere la opción de crear un Ministerio del Futuro. Parece absurdo pero no lo es. Hay países que tienen cosas parecidas. Un departamento transversal que analice de manera objetiva la que se nos viene encima. ¿Quién mejor que un software inteligente para llevarlo a cabo? ¿Quién mejor que un robot para un cometido como ese? No estoy de coña, es que corren tiempos nuevos que nadie interpreta correctamente. Seguimos con ideas de siempre (todos), estrategias de pena (la mayoría) y tácticas de gente desconectada de la realidad (en general). Cuando la realidad haga ‘turn on’, va a ser divertido. El mundo sigue su curso hacia un escenario con poco empleo o hacia un tipo de empleo muy distinto. Todo lo que pueda ser automatizable, lo será. Periódicos sin periodistas, bibliotecas sin bibliotecarios, bares sin camareros, tiendas sin vendedores, empresas sin directores, taxis sin taxistas, hoteles sin recepcionistas, transporte sin transportistas, clínicas sin doctores y, quien sabe, parlamentos sin políticos. ¿Para qué se precisa un político humano?