¿Hay alguien ahí? Políticos de tertulia y tele-realidad sin ningún plan para la que se avecina.
La economía tiene un comportamiento perezoso. Las políticas de hoy no repercuten inmediatamente. En términos de análisis económico, las decisiones, o la falta de ellas, suelen provocar efectos a medio plazo. Y en eso estamos. En un país que para nada se ha recuperado de lo que se denominó crisis y que ahora parece instalado en una parálisis indecente. Desde que a principios de año, probablemente antes, el partidismo político se puso en portada, las grandes decisiones estratégicas no se toman. La actualidad prima. Salir en el revuelto de informaciones de vergüenza ajena disfrazadas de alta política cada mañana en uno u otro programa televisivo, no hace más que ahondar en el problema. A veces me pregunto si realmente hay alguien ahí con interés real por lo que nos pasa a todos o si hay alguien ahí que sepa realmente la que se nos viene encima.
La economía tiene un comportamiento perezoso. Las políticas de hoy no repercuten inmediatamente. En términos de análisis económico, las decisiones, o la falta de ellas, suelen provocar efectos a medio plazo. Y en eso estamos. En un país que para nada se ha recuperado de lo que se denominó crisis y que ahora parece instalado en una parálisis indecente. Desde que a principios de año, probablemente antes, el partidismo político se puso en portada, las grandes decisiones estratégicas no se toman. La actualidad prima. Salir en el revuelto de informaciones de vergüenza ajena disfrazadas de alta política cada mañana en uno u otro programa televisivo, no hace más que ahondar en el problema. A veces me pregunto si realmente hay alguien ahí con interés real por lo que nos pasa a todos o si hay alguien ahí que sepa realmente la que se nos viene encima.
Mientras toda la ‘clase’ política muestra su poca clase, el mundo sigue girando. Al mismo tiempo que los abonados a la refriega le dan vueltas obscenas a una realidad que sólo les interesa a ellos, a unos cuantos periodistas y a los consumidores de tele-realidad política masiva, el mundo sigue dando vueltas hacia el futuro. Un futuro cada vez más retorcido, cercano y evidente. Evidente para unos y desconocido para la mayoría de los que deberían establecer amortiguadores sociales y preparar la maquinaria para evitar un desastre bíblico.
España tiene más de tres millones de parados. Todavía, sí. Cerca de un millón de familias que sobreviven en una economía descompuesta y sumergida, a dos millones y medio se les considera pobres de solemnidad y a otros ocho millones se les considera en riesgo de exclusión social. Súmale que aún hay un tercio de los jóvenes que permanecen aquí sin opciones laborales o a los pensionistas dejando de tomar su medicación por no poder atender el co-pago. Piensa en los 10.000 trabajadores de banca que se veían tranquilos tras el mostrador y que ahora tienen una carta de despido sobre él. A todo esto, nuestro modelo productivo sigue siendo incapaz de incorporarlos a la economía del conocimiento. Además, por si fuera poco, ha nacido una clase social conocida en otros lugares del mundo pero inédita en Europa, llamada ‘el precariado’ y que conforman aquellos que, aun teniendo trabajo, viven en la miseria.
Que sus señorías sigan en sus meriendas es de aurora boreal. Un país que sufre el un desequilibrio histórico entre el aumento de los costes de vida y el descenso notable del poder adquisitivo de la mayoría. Un lugar donde el futuro de las generaciones más jóvenes sigue siendo incierto. Estarás pensando que la reducción del desempleo ha sido notable en los últimos años. Cierto, como también lo es que se ha generado empleo en sectores muy expuestos a ser inversamente proporcionales o que en gran medida más de un millón de españoles se piraron a buscar trabajo a otros lugares, se generaron muchos puestos en la función pública y otros tantos regresaron a sus países de origen al no poder sobrevivir aquí. Esa resta también se debe hacer.
España es un país increíble pero no es suficiente con decirlo. Ni siquiera hablando de que el sector turístico es el más potente del mundo. A este país, ahora, le hace falta compromiso con su futuro. Nada de lo conseguido es suficiente. Nada servirá. La velocidad a la que el mundo se mueve es exponencial y la innovación necesaria no entiende de discursos vacíos o soflamas patrióticas. Se debe debatir de todo, por supuesto, y se debe hacer política también en aquello que repercuta en el reconocimiento de todo el mundo.
El problema es que sólo se tratan esos temas y ninguno más. Y lo vamos a pagar caro. La unidad territorial es tan importante como la reducción de cualquier discriminación que viva un colectivo social. Una exhumación es tan relevante como conformar un pacto de gobierno. Estoy de acuerdo que esos debates se deben efectuar. El problema es que sólo debatimos de eso y de lo que realmente se está fraguando nadie habla. La economía global está regando un campo ya inundado. En España es similar. La irrupción tecnológica en el campo laboral suele entrar de un modo desequilibrado. No es igual en todo, tiene intensidades variables. No es lo mismo el sector servicios que el industrial. Cada uno lo va a vivir de un modo distinto y a diferentes velocidades. No obstante, la intensidad, será igual de profunda en general más pronto que tarde.
Pero ellos a lo suyo. El impacto de robots, inteligencia artificial y aprendizaje automático va a llevarse por delante un modelo social y económico sin casi haberlo visto venir. Afectará a la población activa y las políticas públicas. Si la sociedad necesita menos trabajadores debido a la automatización y a la robótica, y muchas de las prestaciones sociales están ligadas a tener un empleo, ¿cómo va a percibir asistencia sanitaria y pensiones durante un periodo prolongado de tiempo la población no activa? Mientras tanto ellos a lo suyo, que si tu pactaste con aquel, que si yo te convoco otras elecciones y tú más.
Y es que la experiencia nos demuestra que son un grupo muy peligroso. Los políticos son muy chungos en general. Me cuesta ver la diferencia entre ellos. Pocos se van y cuando se van no es por que han perdido la voz gritando a sus superiores que no se están centrando en el problema real, el de fondo, el del futuro de quienes les votaron. Excepto honrosas, y conocidas y cercanas excepciones, se van porque no les dan el cargo deseado o la relevancia esperada. Lo visten con papel celofán de crisis interna, de giro ideológico o de meada fuera del tiesto a la vez que obvian que los problemas económicos se acumulan en España. La clase política habla, en general, de otras cosas.
Pero eso no pasa en todas partes igual. Hay países, como Suiza, que organizan referéndums sobre una una renta mínima universal de 2.260 euros libres de impuestos durante toda la vida para sus residentes y se permitieron el lujo de tumbar la propuesta. También se negaron a elevar el salario mínimo a más de 3.200 euros al mes. Lo hicieron, según parece, porque no quieren afectar a la competitividad de sus empresas. Es evidente que no somos Suiza. Aquí lo pasamos mejor y tenemos el gazpacho. No obstante, aunque seamos campeones en disfrutar nuestro tiempo libre, hay algo que no estamos haciendo bien y que lo vamos a pagar a medio plazo. Nos falta el sentido común de otros países como Suiza, Dinamarca, Irlanda u otros en los que llevan mucho tiempo atendiendo y gestionando el cambio de paradigma socieconómico que la Cuarta Revolución Industrial nos ha traído y la Quinta nos va a traer. Francia gasta 23 veces más que nosotros en preparar el coste social que conllevará la automatización de su industria.
Lo curioso es como obviamos los avisos. Me peleo periódicamente en los medios en los que colaboro en televisión, radio o prensa, en que deberíamos hablar de esto y no tanto de las peleas navajeras de toda esta pandilla. Porque hay notas que atender. El Banco de España anunció esta semana que PIB rebajó su crecimiento al 0,6% en el segundo trimestre de este año. Si no tienes estabilidad y planes de acción gubernamental, si la política se instala en lo provisional, al final se paga. Y es que España es un país con desequilibrios graves. En lo público y en lo social. En lo productivo si me apuras. ¿Qué vamos a hacer con un sector, como el automovilístico, cuando no se vendan coches? Hoy se examinan del carnet de conducir la mitad de personas que hace una década. Esto no va de compartir coche o de pasar de producto a servicio. Va de algo más grave, de que los ‘centenials’ no van a conducir, no les interesa. Ese sector en España ocupa a mucha gente por cierto. Gente que paga impuestos de momento.
Es evidente, como dice la OCDE, que este mundo va a ser automático en una década. Se van a automatizar una cuarta parte de los trabajos existentes con nuevas tecnologías. Tecnologías que van a crear empleos nuevos, pero nadie está trabajando en lo que supone reciclar a los trabajadores para su reinserción o, en su defecto, en prever un escenario dónde se tendrá que atender una demanda social de trabajadores innecesarios. Este país está en manos de gente sin perspectiva, que leen muy poco y cuyo objetivo vital es maquillarse para salir en alguna tertulia de tele-realidad política. Para trabajar en ese futuro inminente hay que legislar. Hay que crear leyes, normas y hacer política. Elementos que permitan afrontar este desafío inédito.
Muchas de las decisiones a tomar no serán políticamente rentables y ese es el problema. Cuando escucho a muchos hablar de la renta mínima y de sus costes admisibles me entran escalofríos. La renta mínima y universal no es de derechas ni de izquierdas, es irremediable. Pero el problema radica en que no se podrá desplegar simplemente por ley. Subiendo impuestos no funcionará. Irá lastrando la economía y reduciendo las opciones de mantenerla a largo plazo. Para que una renta mínima sea viable, hay que automatizar el país. Desde la función pública hasta la actividad privada. Menos empleo y más rendimiento. Sin esa base tecnológica, la renta mínima es inviable y además imposible.
Y es que esto es urgente, de verdad. Visto lo que vemos, nos vamos a dar un hostión importante. Mira como dije en 2007. Pensar que llega julio, que luego agosto, que más tarde la incoherencia nos llevará a la falta de acuerdos y después a otras elecciones y dale a la rueda Manuel, me indica que vamos a estar un año en la parálisis más absoluta. Algunos dicen que sin política el país va mejor y eso no es verdad. Sólo se cumple en lo inmediato, pero como te decía antes, la economía tiene un ‘delay’ razonable. Lo que ahora no se hace, lo pagas con intereses en un tiempo. Y lo vamos a pagar.
Vamos a ver. Los programas políticos públicos deben afrontar cuestiones de gran trascendencia proporcionando prestaciones sociales en la nueva economía digital. No hay otra. El número de robots industriales ha aumentado en todo el mundo desarrollado. En 2013, por ejemplo, se calculaba que había alrededor de 1,2 millones de robots en uso. Esta cantidad ascendió hasta casi 1,5 millones en 2014 y 1,9 millones en 2017. Japón tiene la cifra más alta, con 306.700 y Alemania 175.200. En total, se espera que el sector de la robótica crezca de los 15.000 millones de dólares actuales hasta los 67.000 millones en 2025. Los robots representan hoy una alternativa viable al trabajador humano. También va a pasar aquí. Los pedidos a entregar en robótica de servicios e industrial se amontonan en las fábricas europeas. En dos años los verás instalados y sustituyendo humanos. Lo grave no es eso. Lo realmente dramático es que nadie está preveyéndolo. La oportunidad no es sólo de productividad y eficiencia, es además de propuesta de una nueva economía donde las personas hagamos aquello que se nos da mejor: hacer de personas y no de máquinas. ¿Alguien pensando en esto?
Vayamos por partes. Un sector que nos toca, el turismo. El turismo ocupa un 15% del empleo español. Casi nada. Un empleo cíclico y muy dependiente del contexto. Afecta al 12% del PIB por cierto. Un resfriado tipo Brexit o una incorporación masiva de automatizaciones en el sector se te ventila la creación de empleo de golpe. El vertiginoso crecimiento de las nuevas tecnologías están teniendo un impacto sustancial en la población activa. Muchas de las grandes empresas tecnológicas han alcanzado economías de escala con una plantilla moderada. El momento en que las máquinas pueden reemplazar al hombre en la mayoría de los empleos de la economía actual es ya una posibilidad y es algo que va a ir pasando exponencialmente. En toda una serie de sectores, la tecnología está sustituyendo a la mano de obra, y esto tendrá consecuencias drásticas en el empleo y la renta de las clases medias.
Supongo que nuestros políticos dan por sentada aquella máxima que se ha convertido en ‘mantra’: ‘la tecnología destruirá empleos, pero también creará otros nuevos y mejores’. Cierto, es posible que sea así, pero no lo va a ser por arte de magia o por ciencia infusa. Lo que va a pasar, como no se activen modelos de sustitución, estructura ocupacional tecnológica y de habilidades humanas a desarrollar, es que la tecnología destruirá empleos y creará otros nuevos pero en mucha menor cantidad.
Martin Ford dice en uno de sus libros que ‘a medida que la tecnología se acelera, la automatización podría acabar penetrando en la economía en tal medida que los salarios no proporcionarán al grueso de los consumidores unos ingresos lo bastante holgados ni confianza en el futuro. Si este problema no se ataja, el resultado será una espiral económica descendente’. Yo añadiría, si no se ataja o no se prevé. Esto va de estrategia y liderazgo político asumiendo lo que viene, conociendo lo que se está fabricando. No va de táctica en el momento. De eso sabemos mucho. De como la táctica te explota en toda la cara como nos pasó antes.
Para que veamos la dimensión de la tragedia debemos comprender que, aunque la tecnología está revolucionando muchas empresas, lo hace transformando su manera de operar y no incrementando el número de puestos de trabajo. La tecnología puede estimular la productividad y mejorar la eficiencia, pero lo consigue reduciendo el número de empleados necesarios para generar niveles de producción iguales o mayores. Podemos ver en videos y conferencias lo divertido de que un robot se mueva por un hospital o te atienda en un hotel, pero detrás de eso hay un verdadero cambio laboral que llega sin avisar. Bueno, si que avisa, otra cosa es que nadie esté escuchando. Suena a lejano, a algo que no te va afectar.
Los políticos parecen no saber que este es el peor momento para un trabajador que solo puede ofrecer conocimientos y habilidades ‘tradicionales’. Los ordenadores, los robots y otras tecnologías digitales están adquiriendo sus conocimientos y sus destrezas a una velocidad extraordinaria. Y superándolos. ¿Hay alguien preparando un modelo educativo para ese empleo del futuro? ¿Hay alguien estableciendo los criterios políticos para que se prepare el cuerpo laboral ante esas exigencias? Y lo que es peor, ¿hay alguien preparando un amortiguador social para un escenario sin empleo de calidad y de valor añadido? El futuro es factible de ser conquistado, de vivirlo con entusiasmo, de fabricar un ecosistema en el que las personas trabajemos en cosas que las máquinas no harán jamás, un lugar donde podamos ejercer la innovación puramente humana.
El problema es que eso no es automático, no surge de una fuente ni de una tertulia televisiva. Se fabrica políticamente y la administración debe administrar, liderar y legislar para que la tecnología sea un aditivo favorable y no un veneno. Existe algún modo para que las personas lleven vidas plenas aun cuando la sociedad necesite muchos menos trabajadores. El gran debate político debe hacer frente a este problema mayúsculo antes de que se acumulen millones de personas en un escenario marginal de individuos ‘subempleados’. El problema es que esto exige hacer política, en muchos casos a muy largo plazo. Para esta gente trabajar en plazos superiores a 4 años es mucho tiempo. Años luz.
Tecnología, pensiones y miopía política. El desastre bíblico que se avecina.
Tenemos muchos problemas, que según como se analicen pueden verse como grandes oportunidades. Así lo vieron nuestros antepasados. Ante una revolución tecnológica habitualmente el ser humano suele afrontar el reto como si se tratase de una crisis transversal pero focalizada en el empleo. Ese empleo a sustituir por avances tecnológicos. Pasó en cada una de las revoluciones industriales que hemos vivido ya y vuelva a pasar en la que estamos sumidos. Ahora bien, la historia nos explica que cuando estos momentos de la historia han estado liderados por quienes fueron capaces de identificarlos y a afrontar con decisiones con visión estratégica, las cosas marcharon bien. Cuando eso no fue así, la derrota estaba asegurada. Ahora vivimos una encrucijada que voy a intentar explicar brevemente y que en próximos artículos desarrollaré. Algo que también tengo el placer de poder hacer en mis conferencias y talleres en los que presento el modo de afrontar este desafío histórico a nivel económico, empresarial, social y personal.
Tenemos muchos problemas, que según como se analicen pueden verse como grandes oportunidades. Así lo vieron nuestros antepasados. Ante una revolución tecnológica habitualmente el ser humano suele afrontar el reto como si se tratase de una crisis transversal pero focalizada en el empleo. Ese empleo a sustituir por avances tecnológicos. Pasó en cada una de las revoluciones industriales que hemos vivido ya y vuelva a pasar en la que estamos sumidos. Ahora bien, la historia nos explica que cuando estos momentos de la historia han estado liderados por quienes fueron capaces de identificarlos y a afrontar con decisiones con visión estratégica, las cosas marcharon bien. Cuando eso no fue así, la derrota estaba asegurada. Ahora vivimos una encrucijada que voy a intentar explicar brevemente y que en próximos artículos desarrollaré. Algo que también tengo el placer de poder hacer en mis conferencias y talleres en los que presento el modo de afrontar este desafío histórico a nivel económico, empresarial, social y personal.
Según la OCDE en 2050, cuando los nacidos en 1980 tengan apenas 70 años, es decir en la flor de su jubilación, habrá 77 pensionistas de cada 100 habitantes. Por ver la dimensión de la tragedia diremos que ahora son 29 y en 1970 apenas eran 19 por cada centenar de ciudadanos. Podemos seguir tocando la flauta, insistir en debates sobre banderines o atender a los chanchullos del político de turno, pero el problema se avecina y, al parecer, la decisión tomada por nuestros políticos es la de no hacer nada relevante y de valor que pudiera cambiar el asunto. Nos vamos a dar una hostia de dimensiones bíblicas. Lo jodido no es que esto parezca inevitable, no, lo peor es que en otros países las medidas para enfrentarse a este Miura es totalmente distinta.
Pero vayamos por partes. Parece ser que el Consenso Económico para el primer trimestre de 2019 refleja un deterioro progresivo de las expectativas de crecimiento de nuestro entorno. Algo que no hace más que reforzar la urgencia de la toma de decisiones, decisiones que de momento no hay manera que nadie tome con algo de luces largas. La desaceleración se extiende a la mayor parte de las economías del mundo y se puede ver con especial preocupación la situación de nuestra Unión Europea. ¿Porque pasa esto? por varias razones detrás de las cuales está una revolución tecnológica que va arañando las estructuras económicas mientras nadie hace absolutamente nada.
La primera es que la eurozona se desfonda. Muchos de los indicadores de la economía internacional reflejan una ralentización de la actividad. La pérdida progresiva de pulso en la actividad económica europea se prolongará durante los próximos meses. A las vez que el Brexit se enquista, la economía española va retocando sus previsiones de crecimiento desde hace meses a la baja de manera periódica. Así duele menos. La menor velocidad del aumento del PIB de otros grandes países europeos comprime la demanda externa y lo complica todo.
Sin embargo el gran asunto es cómo convertimos en una oportunidad histórica el hecho de abrazar un cambio socioeconómico provocado por un revolución industrial y tecnológica como nunca antes ha habido. El reto demográfico es el mayor desafío y riesgo social y económico al que nos enfrentamos y sólo la tecnología asociada y aplicada es capaz de darnos una solución. No hay otra. Ni la subida de impuestos, ni la inclusión constitucional de una pensión digna va a garantizar su estabilidad y supervivencia, ni pactos en Toledo o en Cordobilla de Lácara. Sólo será factible si conjugamos adecuadamente productividad, eficiencia, tecnología y garantías sociales.
No somos conscientes del desafío demográfico. Ni los ciudadanos ni las empresas ni los políticos entendemos en términos generales la gravedad del problema. Entre las opciones planteadas para abordar el reto las más respaldadas son la promoción de la inmigración ordenada, el fomento de la natalidad y, en menor medida, incentivar la actividad laboral de los mayores, si bien los encuestados creen que lo más eficaz sería adoptar todas a la vez. Pocos se plantean asumir que este modelo está finiquitado, que ya toca fondo y que es insostenible. No lo es bajo los parámetros de una economía incierta, analógica y dependiente de ciclos. Toca otra visión, otro modelo, toca equilibrar el valor tecnológico con el peso de lo social.
En España y el resto del mundo, la tónica dominante es de desaceleración de la actividad. Algo que acentuará cada vez más, gobierne quien gobierne, el problema demográfico y de pensiones. La renta universal se irá planteando como opción inclusive antes de tener el modelo resuelto. La idea que se nos va a presentar erróneamente, pues sólo será un parche, será una especie de jubilación flexible. Las dos razones más importantes de la no sostenibilidad del sistema español de pensiones son la disminución del número de trabajadores en proporción al de pensionistas y el aumento constante de la esperanza de vida. Teniendo en cuenta estos dos factores, y otros que amenazan la supervivencia del modelo actual, ¿cómo se puede plantear un sistema soportable? Con tecnología, con una economía capaz de producir más con menos. Con eficiencia, competitividad y con estrategia de transformación social y de estructura de crecimiento. Todo lo que ahora nadie plantea en ninguno de los programas ‘electorales’ que se presentan.
Como parches tenemos varias opciones. Ninguna resuelve el asunto de verdad, el de un mundo automático con menos empleo, empleos temporales y con cada vez más gente sin nada que hacer. Algo que evidencia la solución: un sistema productivo tecnológico, vinculado a la sociedad del conocimiento, reconvirtiendo industrias que ahora parecen muy eficientes pero que en breve lo dejarán de ser en un mundo global y apartándose del modelo de crecimiento cíclico y de escaso valor.
Escucharemos que sería bueno elegir la edad de jubilación, dentro de un rango amplio, sabiendo las consecuencias que dicha decisión tiene en términos de descuento o mejora de su pensión. También que, cualquiera que sea el criterio para elegir la edad de jubilación, se pueda compatibilizar de forma eficaz la pensión con la actividad laboral remunerada. Otros dirán que habría que ajustar automáticamente la edad de jubilación en función del aumento de la esperanza de vida. Parches, luces cortas.
Pues vamos a buscar el modo de que tú que rozas los cuarenta, y yo que rozo los cincuenta, tengamos pensiones dignas. De tus hijos y los míos no hay que preocuparse pues sus pensiones ya serán por definición ‘rentas mínimas’ a las que nosotros no llegaremos. Y es que, de momento, para garantizar las pensiones en este país la tasa de desempleo no debería estar por encima del 6% en los próximos años o será insostenible. Ese es el gran desafío. Es desesperante contemplar como pasan los días y los años y el plan para afrontar ese riesgo no es más que un conjunto de improvisaciones que asustan.
Seguimos sin crecer en lo que hay que crecer. En innovación y preparación tecnológica. Ya no sólo es cuestión de ofrecer un espacio de desarrollo y crecimiento personal a las personas que quieren afrontar el futuro con cierta garantías. Ahora también está en juego el modelo de pensiones y el modo en el que se va a sujetar.
Y los escucharemos, a los políticos y derivados, hablar de que las pensiones por aquí o por allí, que hay planes de solución, modernización, impulso de la economía digital y meriendas de todo tipo. Pero la verdad es que hablar de digitalizar es ir muy por detrás de otros. De lo que hay que hablar es de inteligencia cognitiva. Hola Pedro, Pablo 1, Albert, Pablo 2, Santiago… ¿sabéis la diferencia que hay entre inteligencia artificial e inteligencia cognitiva? Sería interesante, así igual lo podríamos incorporar en los planes de desarrollo económico de una sociedad moderna y competitiva. Es sólo un ejemplo anecdótico de cuanto hay que poner en las comisiones de trabajo político.
Veamos el motivo. El motivo de la urgencia. En dos años, España ha caído cinco puestos en el ranking de los países más innovadores del planeta. Nos adelantan por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo. Atraemos talento y capital riesgo pero se rentabiliza muy mal. Países como Irlanda crean 146 startups al día, centralizan el mayor volumen de inversión anglosajona y generan más empleo tecnológico que nadie. Alemania lidera la tasa de robots y automatizaciones por habitante rozando el pleno empleo. Francia invierte un presupuesto público 23 veces más que el nuestro en el desarrollo de la Industria 4.0 esperando volcar el modelo de crecimiento actual lo antes posible. Las pensiones dependen de ello como decíamos. La garantía de cubrir las pensiones del futuro está más cerca de esos modelos que no del nuestro. Lo digo a título personal como futuro pensionista francés, irlandés y español por haber trabajado en todos esos países.
Y es que agota el debate político. Lo vivo en mis colaboraciones televisivas. Es imposible introducir temas de interés real y sólo es factible hablar de exhumaciones, lazos y fichajes sin interés en listas electorales. Seguimos siendo una potencia económica, cierto, pero persisten un enorme paro y un desequilibrio en el poder adquisitivo que desemboca en la creación de un estadio social llamado ‘pobre asalariado’. Un grupo gigantesco de personas que ansían llegar a ser, algún día, por lo menos, un mileurista. Los que deberían de pagar las pensiones no están ni para pagar el alquiler.
Mientras España vive en la inopia, lo relevante sigue su curso. El 80% de las pymes españolas desconocen la diferencia que existe entre ‘digitalizarse’ y ‘transformarse digitalmente’. Lo demuestra que sólo el 20% de las pequeñas y medianas empresas de España no usaba ningún tipo de solución de cloud computing. Apenas un 25% de esas mismas compañías apostó por formar a sus trabajadores en competencias digitales, lo que demuestra que, aunque hubiera un plan, de momento hay poca predisposición a aprovecharlo. Así va a ser complicado. Depende de que empresarios y trabajadores lo vean como prioritario pero también que alguien les estimule a verlo. Fiscalmente por ejemplo, como hacen un buen número de países que nos están adelantando y, de paso, asegurando sus pensiones.
Las pensiones están en juego. Todo un modelo de convivencia también. Hay que darse prisa y hacerlo con inteligencia y conocimiento. Bajo mi punto de vista, el debate acerca de la creación de puestos de trabajo que ahora no existen y que puedan ser capaces de cubrir la destrucción de otros que la robotización y la inteligencia artificial provoquen, es maniqueo. Esto no va de cálculos acerca de si eso se va a producir y cuando. No va a pasar, por lo menos no al nivel en el que sería exigible para evitar un conflicto social irreparable.
Hay países que avanzan en esa línea. Son países que ya lo han hecho antes y tienen muy claro el método. Nunca apuestan por la economía estacional o cíclica. Producen bajo conceptos de eficiencia, de conexión entre universidades y empresas y el estímulo público se basa en potenciar sectores capaces de exportar cualquier nuevo producto. El modelo es Alemania que en los últimos años ha destruido más de 600.000 puestos de trabajo que fueron sustituidos por máquinas mientras creaba 900.000 en espacios de valor añadido que antes no podían ni plantearse.
Y es ahí cuando de repente te tienes que zampar el discurso de que ‘los robots pagarán nuestras pensiones’ y que ‘deberán cotizar a la seguridad social’. Tela marinera. Hay quien considera, como decía al principio, que los robots nos lo van a solucionar todo y por arte de magia y sin estrategia previa. Algo que, me vais a perdonar es más que revisable. Un robot puede ser una pantalla táctil o un algoritmo informático. Un robot que no ves. Por lo tanto nunca habrá un robot que sustituya al humano y cotice por él, porque muy probablemente no habrá un robot, sino que sea algo intangible como un software. Por lo tanto, cuando hablamos de que un robot pague las cotizaciones sociales en realidad nos estaríamos refiriendo a que sea la tecnología la que cotice a la seguridad social más o menos. Por supuesto eso parece una soberana tontería.
Esto en realidad esconde lo de siempre: una subida de impuestos a las empresas. Y es una malísima idea. Un impuesto sobre la tecnología castigará los sectores que apuesten por un cambio tecnológico, por ser competitivos y exonerará a los que sigan sin apostar por un modelo menos tradicional y analógico. Estar en manos de esta gente es desesperante.
O vamos a un modelo eficiente, tecnológico y que conjugue un verbo como el ‘optimizar’ antes que el de ‘crecer’ o nos vamos a dar una hostia de dimensiones bíblicas. Una sociedad digital y una economía transformada nos lleva a la eficiencia de los servicios y del reparto de pensiones más capaz. Mayor productividad y competitividad a ser modernos y capaces de reestructurar todo el sistema del bienestar y garantista del que somos incapaces de desprendernos.
Por lo tanto, para garantizar las pensiones primero deberemos pensar en repensarlas como concepto, segundo apostar por una sociedad tecnológica y dejarse de idioteces como que los robots coticen y tres exigir a la clase política que se ponga en serio de una vez. La inercia, en este caso, solo conduce al desastre. Mi consejo, haz ahora lo que siempre has querido hacer, tal vez, cuando te jubiles no puedas pagártelo. Veremos a que llamamos clase media en unos años.
Pic: Rybakov
España perderá 3 millones de empleos en diez años y está por ver cuantos creará.
Mientras el debate político español se tiñe de blanco y negro, mientras la equidistancia pierde importancia y mientras desaparece el análisis económico razonable, el mundo sigue girando y lo hace cada vez más rápido. Un mundo que va colocando las piezas de un rompecabezas gigantesco a un ritmo cada vez más intenso. Un mundo con la maquinaria del futuro en marcha. Una sociedad inmediata que deberá afrontar un reto inmenso. La automatización de todo.
Mientras el debate político español se tiñe de blanco y negro, mientras la equidistancia pierde importancia y mientras desaparece el análisis económico razonable, el mundo sigue girando y lo hace cada vez más rápido. Un mundo que va colocando las piezas de un rompecabezas gigantesco a un ritmo cada vez más intenso. Un mundo con la maquinaria del futuro en marcha. Una sociedad inmediata que deberá afrontar un reto inmenso. La automatización de todo.
La realidad pesa como el plomo. Se publican estudios con cifras acerca de la cantidad de empleos que la revolución tecnológica se va a llevar por delante. Análisis globales o vinculados a mercados que nos parecen lejanos. La Casa Blanca puso el punto de análisis, el mundo académico británico e incluso la lenta Unión Europea. Y no se trata de números, sino de prepararse. Da igual la cifra que te salga si haces un examen a futuro, lo importante es que te va a salir un mal dato. Por lo menos si la proyección se hace objetivamente, que esa es otra.
Se suele afirmar que las nuevas profesiones, y las nuevas necesidades laborales, que la tecnología exigirá, amortiguarán ese problema. Defiendo que sucederá, pero no si no se planifica. Las revoluciones industriales y tecnológicas no son algo que se lideran con la inercia. Los países que pasaron de ser irrelevantes a potencias económicas en el pasado fueron las que aprovecharon un momento histórico como este. Los que cayeron en la irrelevancia son los que no interpretaron la importancia del momento.
En España vamos a perder 3 millones de empleos en los próximos 10 años según organismos como la OCDE. No verlo es signo de una irresponsabilidad que asusta o de un desconocimiento muy preocupante. La creación de empleo tal y como se presenta hoy en día es de aurora boreal. La dependencia aritmética para sujetar ‘la buena marcha de la economía’ radica en un empleo precario, inestable y de poco valor añadido. La biotecnología aporta al PIB tanto como el turismo pero precisa millones de empleos menos para lograrlo. La nueva economía genera poco empleo al compararlo con modelos tradicionales porque no es fácil la coexistencia entre lo digital y lo analógico. En el futuro, se supone, todo irá adaptándose como siempre ha sucedido con la irrupción de una tecnología nueva. Sin embargo, como siempre, quienes pensaron en ello de un modo estratégico aprovecharon ese punto de inflexión como una oportunidad, los que actuaron tácticamente se enfrentaron a una época de crisis gigantesca.
Y en eso estamos. Unos países que ya legislan, proyectan, plantean y estructuran políticas claramente encaminadas a liderar un mundo robótico, digitalizado y automático y otros que esperan un turno incierto, inércico, enlazado al debate callejero y a la propaganda del éxito económico coyuntural, puntual y de tertulia de media tarde. Países que rozan el pleno empleo siendo los más robotizados de Europa y otros que lideran el ranking de paro mientras su tasa de robotización es la menor de los países de la Unión Europea.
Ante la promesa de la creación millonaria de empleo cabe destacar que, aunque hay poco estudio que se centre en nuestro país, podemos extraer datos vinculando diferentes fuentes y estudios. De hecho, la propia OCDE destaca que la automatización permitirá sustituir a un 12% de los trabajadores españoles y que eso sucederá en menos de una década irremediablemente. Esa sustitución tiene que tener un plan de contingencia, un modelo de crecimiento capaz de soportar una sangría de esas dimensiones.
Quien considere que obligando a mantener el empleo manual dónde sea factible sustituirlo por un robot, un automatismo o, sencillamente, software por la vía sindical, legal o administrativa se va a amortiguar el problema se equivoca y demuestra que no conoce de que va esto de la economía de mercado. Sino se sustituye algo que produce menos, más lentamente y con errores sistemáticos por algo que produce más, más rápidamente y sin errores, la capacidad competitiva de la empresa que no lo haga será nula. Salvo si se les subvenciona artificialmente y desde el sistema público. Ejemplos hay muchos por cierto y así nos va.
Va a ir rápido. Más de lo que parece. Según otro informe de McKinsey, más del 70 por ciento de las tareas realizadas por los trabajadores del sector de los servicios alimentarios y la hostelería podrían ser llevadas a cabo por máquinas ahora mismo. Existen las máquinas para hacerlo. En la industria manufacturera, casi el 60% de las tareas en trabajos de mantenimiento están en riesgo. Hasta el 50% de las tareas en la industria de servicios podría estar automatizada actualmente. No es futuro, es una espera tensa.
Más de 3 millones de empleos están en riesgo por la llegada de la inteligencia artificial, automatismos, drones e impresoras 3D. Más de un 12% de los puestos de trabajos desaparecerán y con ellos sus cotizaciones sociales. Está por ver si se está preparando el terreno para revertir en otro tipo de empleo esa pérdida. La renta mínima, tan necesariamente analizable, será una entelequia para los países que no prevean ese futuro con un empleo distinto. La diferencia entre ‘un mundo sin empleo’ y ‘un mundo con un empleo distinto’ se combate preparándola políticamente.
Hablar de Revolución Industrial es, hoy en día, hablar de Revolución Económica, digital, de servicios, de productos, de información, de todo. Y vivimos ahí, en la línea de tres. En el lugar donde lanzar cuesta pero permite ganar el partido. Lejos pero con opciones. El problema es que no hay lanzador. Un gobierno preocupado por sus cosas, una oposición preocupada por sus cosas, una prensa preocupada por las cosas de gobierno y oposición y la gente preocupada, por supuesto, por las cosas que importan de verdad.
Sigan lanzando soflamas. Tres millones de empleos nuevos, crecimiento récord. La vida nos sonríe. Ganaremos el Mundial. Sin embargo, la densidad de lo inevitable se aproxima. Aun estamos a tiempo para trabajar seriamente por un futuro tecnológico, competitivo y capaz de ofrecer oportunidades. Lo que está en juego es el estado del bienestar y sus garantías.
Político "emprendedor".
Leí el caso de una peluquería en un barrio de Madrid. “La crisis reducía la frecuencia con que los clientes pasaban por el establecimiento a mejorar su imagen y la dueña decidió buscar ingresos extra. Al igual que ocurre en ciudades como Londres, decide ofrecer bocadillos, bizcochos o frutas para que los clientes que acudieran a la hora de comer pudiesen tomar algo mientras esperan a ser atendidos. Se produjo la visita a la administración y todo fueron problemas. Licencias, requisito de una cocina industrial, acondicionamiento del local y mil trabas más. Descartado a la primera, pensó en una alternativa ¿Qué tal una máquina expendedora? Se produjo la segunda visita: Impuesto de explotación de máquinas, Impuesto municipal de ubicación y, si incluye cierta clase de comida, carné de manipulador de alimentos“. La peluquería ya no existe.
Si montas un negocio en cualquier parte del mundo civilizado el tiempo para poder tenerlo operativo siempre será inferior al que destines en España. La media es de entre 28 y 42 días, mientras que en el resto de países desarrollados es de entre 9 y 13. Lo dice la OCDE que de esto debe saber mucho espero. Lo publicó en el informe “Doing business 2010” que sitúa a España en el puesto 146 del mundo. Las actualizaciones no han repercutido en un mejor posicionamiento reseñable.
Ser idiota es una suerte. Una bendición que, si sabes administrarla bien, te abre muchas puertas en esta vida. Puedes pasarte una mañana entera memorizando los titulares de la prensa deportiva y no entrar en coma, puedes sentarte en un banco del Retiro y disfrutar con la colección de colores, texturas y formas que tienen las mierdas de los perros o puedes sentirte bien cuando alguien deposita una moneda en la gorra de un mimo cualquiera.
Ser idiota es un privilegio, una bendición que, si eres capaz de no derramarla, te ayuda a afrontar cualquier reto por difícil que parezca. Por ejemplo, en política puedes pasarte una legislatura entera sentado en una esquina del pleno y no abrir la boca a cambio de una aportación económica que pagamos todo y que curiosamente se llama “indemnización”. También puedes estar dispuesto a soportar el ridículo sin miedo, porque eres idiota.
El problema de ser idiota es que te des cuenta un día que lo eres. Algo así como cuando quieres montar un negocio en España y te das de bruces contra un funcionario y toda la maquinaria penosa que le viste.
En este país incomparable se precisan 13 trámites administrativos para poner en marcha una empresa frente a los 9 de media que se necesitan en el resto del mundo moderno. Es, aparte de una mal trato al emprendedor nacional, un tabique interpuesto para que empresas pequeñas extranjeras se instalen por aquí. Ese capital nuevo más comprometido, que introduce nuevas tecnologías, estilos nuevos de gerencia y que al final crea empleo, lo que quiere es la menor fricción posible y aquí nuestra administración es de papel de lija.
Por suerte hay quienes no piensan tragar. Por desgracia para algunos, en el peor de los teatros siempre surgen voces. No podemos esperar demasiado de quienes determinan que se debe hacer con nuestro dinero, no es preciso aguardar a que este cúmulo de mercenarios desideologizados nos ayuden a nada, pero detrás de ellos hay vida. Sus batallas responden a eludir la justicia o a la redacción de leyes insostenibles, por ello no hay mucho a lo que agarrarse, lo existente está entre nosotros. No esperemos que nadie disponga lo que debemos hacer el resto. Pongamos en marcha proyectos y demos la vuelta a esta sábana cloroformizada.
En este país si espíritu de cambio, con una tasa de emprendeduría que da pena y con una capacidad de reacción inversamente proporcional a la cantidad de pisos que se hacían en plena burbuja, es muy difícil hacer pedagogía de lo que está pasando. Ahora pretenden hacernos creer que la crisis es financiera, económica y política. Eso es cierto, obviamente, pero también es social. Lo es en el punto de vista que cada país o colectivo saldrá de ella en la medida que sea capaz de ejercer su propia libertad y pueda emprender sus propios caminos. No hablo de campañas manipuladoras para trasladar el problema a la gente, hablo de que nos dejen hacer, que permitan que de un modo consciente e informado podamos juzgar lo que está pasando para poder tejer nuestro propio destino. Un estado interventor es lo que menos necesitamos en estos tiempos que corren.
La Administración en España es un inconveniente para el progreso. Da igual el color. Unos fomentando un modelo de crecimiento que se basaba en la compra masiva de viviendas por parte de gente que no las necesitaba para simular ser ricos sin hacer más que quedar en un café de barrio para negociar el precio con un agente inmobiliario formado a distancia. Otros no supieron desinflar el asunto y les reventó en la cara. Lo peor es que lo negaron como los otros negaban su majestuosa montaña de mierda construida adecuadamente durante años. Un desastre en general. Nos toca a los emprendedores poner en marcha el motor oxidado de este país.
Y a todo esto uno se pregunta si ¿algún político ha sido emprendedor? Una Administración sobredimensionada (50% del PIB de España destinado a gastos del Estado), conformada por 17 miniestados autonómicos, absorbe una ingente cantidad de recursos (por ejemplo, el crédito que necesitan las empresas y las familias) que deja sin espacio a la iniciativa privada y que asfixia, por tanto, a la economía productiva y potencia la deuda y el gasto público en forma de despilfarro y corrupción política. El lo que los irlandeses llaman crowding out.
Como dijo el bueno de Lucio Muñoz, “en nuestro caso el mantenimiento de la gigantesca Administración española, financiada por el sector privado, ha supuesto la destrucción del tejido empresarial”. Pero, ¿conoce la casta política la realidad empresarial? ¿Algún político ha sido emprendedor? ¿Cómo pueden ayudar los políticos a los emprendedores si no saben ni cómo se crea una empresa? Tengo claro que no les interesa que aparezcan muchos emprendedores sabiendo que estos no están a favor de mantener el chiringuito político con su esfuerzo. Por eso no me creo nada de eso del “apoyo al emprendedor” y su demagógica “Ley de Emprendedores. Hemos pasado de la sobre dimensión de la Administración al actual retraso en la reforma del modelo estatal.
Yo no necesito ninguna ayuda y los emprendedores que conozco tampoco. Lo que precisamos es que nos dejen en paz, que no intervengan porque cuando lo hacen interfieren y molestan y lo que realmente deben hacer es dejar hacer, dinamizar y no poner más inconvenientes, que eso lo saben hacer muy bien.