Penalizar el cambio de modelo de crecimiento económico

Para los que todavía consideran que la economía ‘se está recuperando’ porque empiezan a venderse más pisos, las hipotecas aumentan y los bancos están ‘saneados’ este artículo no tiene mucho sentido. De hecho les sonará a un canto tecnológico que habla de un mundo que no va con ellos. Sin embargo, si eres de los que piensan, como yo, que no hay nada que recuperar, que el futuro se está definiendo en los países donde se ha comprendido el valor de un nuevo tiempo y dónde las opciones de conquistarlo pasan irremediablemente por aceptar un punto de inflexión histórico que ahora llaman crisis pero que algún día, con perspectiva, llamaremos revolución, entonces si, este es tu post.
Entre los que definen el tiempo actual como un mal paso, una situación temporal a la que hemos llegado por ‘agotamiento’ del consumo o porque ‘tocaba’, se encuentran la mayoría de quienes deberían de liderar los procesos de cambio o, como mínimo, estimularlos. Los otros, somos los que disfrutamos de la dificultad que supone enfrentarse al reto de escalar en los términos de nueva economía, de abrazar a la tecnología como hicieron nuestros antepasados en otros momentos de la historia y de convertir este escenario digital que nos rodea en el motor de una sociedad mejor y más automatizada.

En ese concepto sofisticado y complejo de Nueva Economía aparecen infinidad de modelos de negocio, procesos económicos e, incluso, dinámicas políticas y sociales. Entre ellas destaca uno que, por su dinamismo e ilusión, lidera en muchos casos la difícil carrera por la modernidad, por asumir el futuro inminente y, en muchos casos, el propio día a día presente de los países que se esfuerzan en encabezar la innovación y la sociedad del conocimiento. Las llamadas ‘startups’.

Hay quien en eso de poner palabras y siglas no ven más que un párrafo de sus discursos cansinos, previsibles y de campaña electoral. Otros, por el contrario, en cada término que significa modernizar, facilitar el progreso y encajar las piezas de un puzzle complejo y riguroso ven la gran oportunidad para posicionar sus economías.

El modelo ‘startup’, empresas tecnológicas con potencial de crecimiento enorme y con un comportamiento distinto al tradicional, basado en rondas de financiación que las hacen grandes y competitivas mucho antes de ser rentables, que basan su crecimiento en el desarrollo de tecnología y que esperan la llegada de su momento idóneo para entrar o pertenecer a proyectos de dimensiones muy superiores, está demostrado que supone un acelerador de cambios en todos los aspectos de la economía.

Pues en eso estamos. En el punto en que un gobierno puede establecer si apuesta por eso o lo deja pasar. En el límite entre facilitar a los emprendedores e inversores impulsar esa conquista del concierto económico o el de permanecer en la butaca cómoda esperando un viento favorable que ya no llegará. La última flecha clavada en el torso viene del artículo 95 de la futura ley del IRPF. Ya son varios los emprendedores y fiscalistas vinculados a la tecnología que se han mostrado estupefactos. Martin Varsavsky, Iñaki Arrola y muchos otros han analizado aspectos de dicha reforma tributaria que a todas luces entrará en vigor a principios de año.

Es cierto que aún está por ver como acaba el asunto y que en otros países hay aplicaciones parecidas. Sin embargo la esencia nos demuestra que los detalles más destacados responden a una falta total de comprensión de en que modelo de empresa nos movemos, que importancia tienen los flujos de capital aportado y el, si me apuras, el momento que conceptualmente nos ha tocado vivir. Según se desprende parecería que se está legislando para un modelo empresarial del siglo pasado cuando Internet y sus dinámicas no eran para nada el motor de ningún cambio socioeconómico.

A partir de enero si tu empresa vale más de cuatro millones o, teniendo más de una cuarta parte de la misma valorada en un millón de euros lo tienes crudo si, por cualquier motivo, quisieras cambiar de domicilio fiscal. Deberás tributar sin haber pasado a liquidez tu participación e, incluso sin haber vendido la empresa o quedarte en España diez años.

Puedes estar pensando que porque va a tener que irse un español que ha montado una empresa en España. Eso tendría sentido, que no mucho, si hablamos de economía tradicional, pero que en un modelo digital que precisa de acaparar talento, crecer en ecosistemas preparados para convertir una pequeña empresa tecnológica en un gigante internacional, es una guillotina. ¿Quién va a montar una empresa en España si cuando precise exponerla en Silicon Valley, Dublín, Berlín, Seúl o Singapore conviviendo allí durante años para localizar el vehículo de crecimiento más idóneo? ¿Quién va a invertir en una empresa con potencial de ‘player’ mundial si cuando eso suceda te van a crujir tu inversión?

Es que es una detrás de otra. Leyes de emprendedores que fueron papel mojado, muros en la normalidad de la gestión de los datos, regulaciones casi inéditas en el mundo para que la búsqueda de financiación beneficie a los bancos y, ahora, un modelo tributario fuera de toda lógica de los tiempos que vivimos y que, si nos dejaran, deberíamos poder vivir. Sigo pensando que hay lugares donde la administración, cuanto interviene, perjudica. En lugar de ser un facilitador se ha convertido en un inconveniente. Dudo ya que lo hagan con mala fe, creo sencillamente que lo hacen porque viven en un mundo distinto, lejano y donde la mayoría de las características que podrían convertir un país en crisis en una economía moderna y con expectativas, los ciega.

Hay países que hace unas pocas décadas estaban desolados. Ahora son potencias tecnológicas. Muchos otros ya se han subido al tren del futuro. Era relativamente fácil. En muchos casos era no hacer nada. Dejar hacer a quienes se juegan su patrimonio, gastan sus energías, sueñan despiertos y persiguen retos con el fin de satisfacer sus deseos y sus bolsillos. Al final, todo ese ejército de innovadores, emprendedores, desarrolladores y muchos más, construyen el futuro y lo hacen bajo el patrón de la tecnología que nos permitirá vivir en un mundo mejor y de un modo más competitivo. Pero no dejar hacer, poner trampas, regulaciones excesivas, muros, zanjas, tributaciones cerradas y anticuadas, sólo aleja a una sociedad de esa meta.

Pensarán que así las empresas no se irán. Se quedarán siempre en España. Si les pongo difícil irse cuando crecen, se quedarán. Probablemente lo que van a lograr es que ni se creen. Que poco a poco, analizando lo visto, muchos opten por crearla directamente fuera. Yo lo hice hace años.

Montar tu empresa en Irlanda, por ejemplo, ya no es un tema tributario solamente. Hablamos de libertad, de ecosistema, de facilidades, de regulación lógica y de estímulo a que, si es preciso, las empresas puedan crecer allí donde les sea más propicio. Muchos creen que las grandes empresas del mundo tecnológico vienen a Dublin por el tema tributario y derivados similares. Cierto, como también que son centenares las startups irlandesas, o de otros países que se instalan un tiempo en el Silicon Valley europeo, que en su fase de mayor exposición y crecimiento se van y se instalan legal y tributariamente en Estados Unidos. Curioso, muchas, luego, regresan con un potencial inmensamente superior a que si no lo hubieran hecho.

El ejecutivo español debe confiar mucho en el Silicon Valley ‘español’, por eso ha considerado oportuno ofrecer todo tipo de facilidades para que si tu empresa tiene opciones de crecer, recibir una gran inversión o de capturar talento, no tengas que irte. Una gran ayuda, si… Reducir el paro en España no es tarea fácil. No sólo porque hay algo estructural que depende de que volvamos a construir pisos de manera ridícula y casi pornográfica. No, también depende de que muchos de los empleos que busca la gente cada vez existen en menor medida. Ya no hace falta la gente para hacer cosas que ya no las hacen las personas, lo hacen máquinas, software o robots.

Reducir el paro no depende de que los jóvenes se vayan a patadas. Demostrado queda que no es porcentualmente significativo. Tampoco de las grandes empresas, que ocupando mucho, no son relativamente la principal bolsa de empleo. Depende de las PYMES y de los emprendedores. De ellos es el barco. Déjenles que naveguen. No les den mapas equivocados, cartas de navegación hechas por quienes jamas vieron el mar.

La cantidad ingente de factores que complican el poder montar una empresa en España en comparación con un número importante de países es, poco a poco, la clave del asunto y del problema. Lo de la reforma tributaria una más. A cada día que pasa, sumando elementos de este tipo, estamos más cerca de los modos de quienes dicen ser el ‘diablo’ que de los que ya van a velocidad crucero en eso de la economía del futuro. El proteccionismo en este caso se convertirá en desprotección de aquellos que podrían impulsar el cambio del modelo de crecimiento de un país que agotó el anterior, si es que lo hubo y si es que fue real.

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