¿Cómo ha logrado Corea del Sur vencer al coronavirus sin paralizar su economía?
Escuchamos desde hace días a los responsables políticos y médicos de infinidad de países hablar acerca del pico de contagios o fallecidos por culpa del Covid-19. Estamos haciendo un curso acelerado de modelos de previsión e incrementos variables. Al comparar las curvas de casos de los diferentes países hay una que destaca sobre las demás. Se trata de la de Corea del Sur. Un país que ha logrado una baja letalidad y una economía que nunca tuvo que paralizarse ni tuvieron que confinar a su gente. A cambio les repartió dos mascarillas por persona y semana. Pero veamos la evolución del asunto y las medidas tomadas. Comparar también sirve si lo que se ha hecho, se hace y se pretende hacer es acertado.
Escuchamos desde hace días a los responsables políticos y médicos de infinidad de países hablar acerca del pico de contagios o fallecidos por culpa del Covid-19. Estamos haciendo un curso acelerado de modelos de previsión e incrementos variables. Al comparar las curvas de casos de los diferentes países hay una que destaca sobre las demás. Se trata de la de Corea del Sur. Un país que ha logrado una baja letalidad y una economía que nunca tuvo que paralizarse ni tuvieron que confinar a su gente. A cambio les repartió dos mascarillas por persona y semana. Pero veamos la evolución del asunto y las medidas tomadas. Comparar también sirve si lo que se ha hecho, se hace y se pretende hacer es acertado.
A finales de febrero, el número de nuevas infecciones por coronavirus en el país asiático tuvo un cambio de comportamiento pasando de varias decenas a varios miles en muy poco tiempo. De hecho, identificaron 909 casos en un solo día el último día de febrero. Sin embargo, sólo en una semana redujeron esa cifra a la mitad y, en unos pocos días más reportaron sólo 64 casos nuevos. En el resto del mundo explotaba la pandemia de manera exponencial pero en Corea se apagaba rápidamente. El 7 de marzo España tenía 498 infectados oficiales, Corea del Sur 7.041. Un mes después nosotros superamos los 135.000 y ellos apenas los 10.000. En el mismo período España ha pasado de los 10 fallecidos a los 13.000 y Corea de los 44 a los 186. Es evidente que hay dos estrategias distintas, dos modos de afrontar la pandemia. A primera vista la sensación es que tuvieron que aplicar medidas muy duras para lograrlo pero lo relevante es que para lograrlo no tuvo que aplicar las restricciones que vivimos otros con la consecuente congelación económica.
La pregunta es ¿qué ha hecho Corea del Sur para ese aparente éxito? En un artículo del New York Times lo detallan: acción rápida, pruebas generalizadas con rastreo de contactos y el apoyo crítico de los ciudadanos. Es importante resaltar un elemento que define a este país. Desde el punto de vista de la automatización, la tecnología y la inteligencia artificial, Corea del Sur es el país con la mayor densidad de robots per cápita del mundo. Esto permite entender lo engrasado de algunos procesos y de la aceptación del uso digital en otros.
Aunque los funcionarios surcoreanos advierten que sigue existiendo un riesgo de resurgimiento, Corea del Sur está demostrando que al Covid-19 se le puede ganar con una salud pública inteligente y agresiva. Para ello, es muy interesante estudiar la metodología utilizada, que aunque parezca simple, en su ejecución no lo es tanto. Se trató de una intervención rápida que el propio gobierno relata en este documento que explica esas medidas. Unas medidas que deberían haber servido de inspiración ya hace mucho pues el resultado ha acabado siendo una baja letalidad y una economía intacta que nunca tuvo que entrar en parada forzosa. Pero ¿qué hicieron exactamente? Mientras nuestros dirigentes aseguran que ‘viene lo peor’, ‘que vamos a ganar juntos’ y otras frases similares, el ministerio de Economía de Corea del Sur publicó como lo lograron.
Primeramente tuvieron reflejos y una intervinieron muy rápida. Solo una semana después de que se diagnosticara el primer caso del país a fines de enero, funcionarios del gobierno se reunieron con representantes de varias compañías médicas e instaron a las compañías a comenzar a desarrollar inmediatamente kits de prueba de coronavirus para la producción en masa. Además, aunque los casos confirmados de Corea del Sur se mantuvieron en muy pocos, miles de kits de prueba se hacían diariamente. Esto significó algo muy importante, pudieron luchar contra la epidemia sin limitar el movimiento de nadie porque conocían las fuentes de infección en todo momento. Este hecho no fue casual, estaban preparados para tratar el coronavirus como una emergencia nacional, pues tuvieron un brote en 2015 de un síndrome respiratorio que mató a 38 personas. Eso les mantuvo en alerta y ese es, en realidad, una de las funciones de cualquier gobierno, la previsión estratégica.
En segundo lugar, Corea del Sur implementó una prueba temprana, frecuente y eficiente. Sin fallos. Examinaron, siguen haciéndolo, a muchas más personas para detectar el coronavirus que cualquier otro país, lo que les permite aislar y tratar a cualquiera muy poco después de su infección. Algo muy distinto que en otros países donde las personas con síntomas esperan días y días hasta recibir confirmación en un sentido u otro. Es evidente que las pruebas son fundamentales porque eso lleva a la detección temprana, minimiza la propagación y trata rápidamente a los que se encuentran con el virus a la vez que ayuda en algo fundamental, rebaja la tasa de mortalidad. Está demostrado.
El tercer elemento fue el de evitar el colapso del sistema sanitario con una fase previa al posible tratamiento. Para ello abrieron 600 centros de pruebas diseñados para evaluar a la mayor cantidad de personas posible, lo más rápido posible, y mantener a los trabajadores de salud seguros al minimizar el contacto. En un centenar de estaciones de servicio los ciudadanos eran examinados sin bajarse del coche. En 10 minutos tenían los resultados. Todo eso, con apenas unos muchos menos casos de los que tenemos otros y donde todavía estamos discutiendo sobre estas posibles pruebas masivas y sin errores. Para ello utilizaron incluso las cámaras térmicas ubicadas en la mayoría de oficinas, hoteles, restaurantes o edificios públicos culturales o deportivos para identificar a las personas con fiebre. Lograron tener un mapeo muy cercano y rápido de quién tenía el virus y quién no.
La cuarta clave en la metodología surcoreana trató de rastrear a los ciudadanos a partir de contactos recientes y aplicando el aislamiento y vigilancia de todos ellos. El éxito de esta acción estaba supeditada a la eficiencia tecnológica y a la agilidad de la toma de medidas. Esto, cuando se hace tarde, se pierde el tracking de un contagiado por la innumerable cantidad de variables posibles. Lo tuvieron claro. Cuando alguien daba positivo, los trabajadores sanitarios rastreaban los movimientos recientes del paciente hacia atrás para encontrar, evaluar y, si es necesario, aislar, a cualquier persona con la que la persona haya tenido contacto. En otros países hemos hecho eso pero no funcionó. El motivo es que en Corea del Sur se desarrollaron herramientas y prácticas para el rastreo agresivo de contactos durante el brote de MERS y aquí no.
El sistema es un poco big brother pero ha resultado un éxito. Los funcionarios de salud rastrean los movimientos de los pacientes utilizando imágenes de cámaras de seguridad, registros de tarjetas de crédito, incluso datos de GPS de sus coches y teléfonos. Revisaron su propia ley de privacidad individual y cambiaron de urgencia lo necesario para priorizar la seguridad social sin afectar la economía. Ellos defienden que sin economía no puede haber salud y que, si se paraliza la industria y el comercio, la crisis posterior sería más letal que la sanitaria.
Lo curioso es que hubo un momento en el que rastrear a infectados y contactados se hizo realmente imposible. Como en Europa. En ese momento el gobierno insertó en los teléfonos móviles de los ciudadanos un sistema de alerta. Los teléfonos de los surcoreanos vibran con alarmas de emergencia cada vez que se descubren nuevos casos en sus distritos. Los sitios web y las aplicaciones de teléfonos inteligentes detallan cada hora, a veces minuto a minuto, los plazos de los viajes de las personas infectadas: qué autobuses tomaron, cuándo y dónde subieron y bajaron, incluso si llevaban máscaras. Después, se insta a las personas que creen que pueden haberse cruzado con un paciente a que se presenten en los centros de evaluación urgentemente y sin opción alternativa. Al identificar y tratar las infecciones de manera temprana, y al segregar los casos leves a centros especiales, han mantenido los hospitales limpios para los pacientes más graves y han evitado el contagio entre sanitarios y entre pacientes con otras patologías que pasaban por allí. Su tasa de letalidad apenas llega al 1% por cierto.
La quinta clave ha sido la implicación social que pidió el gobierno a sus ciudadanos. Nosotros luchamos contra el virus confinados, ellos lo hacen rastreando. Al no haber suficientes sanitarios que pudieran utilizar los escáneres de temperatura corporal todos los ciudadanos pudieron ser requeridos para este análisis en la calle. Los gobernantes creyeron que la supresión del brote requería mantener a los ciudadanos totalmente informados y solicitar su cooperación activa, no sólo pasiva. Por cierto, como he dicho al principio, la obligación del uso de mascarilla, nunca fue un debate. Aquí aun estamos con eso. La diferencia es que allí había para todos y aquí no, por lo que obligar el uso de algo que no tienes para todos es una evidencia de la imprevisión. Y no es un tema de demografía o capacidad económica, es un asunto de eficiencia. Recordemos que Corea del Sur tiene un PIB de 1,531 billones USD y España de 1,311 billones USD. Que Corea del Sur tiene 51,47 millones de habitantes y España 46,66 millones.
Y te estarás preguntando porque no hemos actuado igual, ¿porque no hemos imitado al país que está derrotando al Coronavirus sin parar su economía? Pues básicamente por falta de capacidad política, sensibilidad pública y, especialmente, porque ya no podíamos. El tiempo es la clave. Hemos esperado mucho. Esto se sabía, se conocía, pero se le restó importancia durante tiempo. Se nos decía, y muchos lo creímos, que no era tan grave ni lo sería. A quienes pagamos para que sepan actuar ante estas cosas, no lo identificaron. En Corea sí.
En lo político, muchos gobiernos dudaron en imponer medidas en ausencia de un brote importante. En lo público, la confianza social sobre lo que te pide el gobierno es mucho mayor allí que en países que estamos siempre con guerras estúpidas, populistas y partidistas. El descrédito de la clase política se ha trasladado en una desidia social importante. En cuanto al momento, ya es demasiado tarde para que los países que estamos profundamente inmersos en la epidemia logremos controlar los brotes rápido y eficientemente. De ahí el desastre monumental en el que estamos a nivel sanitario y al monstruoso cataclismo económico al que nos encaminamos.
Esta crisis va a cambiar muchas cosas en Occidente. Modo de relacionarnos, modelos económicos y sistemas políticos. Estaría bien que también cambie el modo en el que seremos capaces, si viene otra, de afrontar una pandemia similar. Tengamos claro que una economía sana es el mejor modo de tener una buena sanidad. Sin economía no hay sanidad. Existe un riesgo notable de que en una crisis económica brutal mucha gente que no hubiera sufrido por el virus, sí lo haga por no poder acceder a tiempo y en condiciones a un sistema sanitario tremendamente costoso. Ojo con eso. Además, sabemos que el único modo para luchar con un virus sin vacuna es contenerlo al principio, investigar sociológicamente como actuar y tener capacidad económica para ello. Estoy seguro que lo vamos a conseguir, pero el precio que vamos a pagar podría haber sido muy inferior mirando como lo han hecho en Corea del Sur por ejemplo.
Francia destina 23 veces más que España a impulsar al Industria 4.0.
Lo más grave de perder un tren no está en el retraso que supone esperar otro. Lo peor es que tal vez ese fuera el último. Vivimos bajo el despliegue tecnológico más importante que ha vivido nuestra civilización y los últimos trenes ya están saliendo. Es una necesidad desde el punto de vista empresarial liderar el reto de la transformación digital y de abrazar la Cuarta Revolución Industrial para ofrecer una oferta competitiva en el mundo que nos ha tocado vivir. Pero también es una obligación desde el punto de vista de la administración estimular ese viaje.
Lo más grave de perder un tren no está en el retraso que supone esperar otro. Lo peor es que tal vez ese fuera el último. Vivimos bajo el despliegue tecnológico más importante que ha vivido nuestra civilización y los últimos trenes ya están saliendo. Es una necesidad desde el punto de vista empresarial liderar el reto de la transformación digital y de abrazar la Cuarta Revolución Industrial para ofrecer una oferta competitiva en el mundo que nos ha tocado vivir. Pero también es una obligación desde el punto de vista de la administración estimular ese viaje.
Hace unos meses, durante un evento en el que ofrecí la conferencia 'La Industria 4.0 para conquistar el futuro', se presentó el plan público para fomentar la transformación digital de la industria española, el llamado ‘Industria Conectada 4.0’ que nació en 2015. Un proyecto que cuenta con un presupuesto inicial de 97,5 millones de euros procedente de la Secretaria General de Industria y Pyme. A esa partida se le debían sumar otras por parte de otras secretarias y ministerios. La iniciativa semi pública tenía (tiene) como valedores a empresas como Indra, Telefónica y Banco Santander y giraba (gira) en la creación de empleo cualificado pues el que se está creando actualmente con la llamada 'recuperación' no podrá soportar las pensiones futuras.
Con un orgullo incomprensible se expuso esa cantidad como si fuera algo excepcional. Hace falta mucho más, en líquido y en mostrar prioridades. Cierto que las comparaciones son odiosas pero hay veces que es bueno hacerlas pues permite saber si el importe destinado a algo está en ‘precio de mercado’ o no. Por ejemplo, Alemania destina algo más de 200 millones a un programa similar llamado ‘Industrie 4.0’. Corea del Sur ha destinado 1500 millones a su ‘Manufacturing Industry Innovation 3.0 Strategy’. China 1.100 millones en el ‘Made in China 2025’. Los Estados Unidos 900 millones al ‘National Network for Manufacturing Innovation’. El Reino Unido 500 millones en los próximos tres años en el ‘High Value Manufacturing Catapult’. Italia aproximadamente cuatro veces más que España en el ‘Cluster tecnologici nazionali Fabbrica intelligente’. Y Francia en su programa ‘Industrie du futur’ tiene programado gastarse 2.300 millones de euros.
Atentos, uno de nuestros rivales directos, Francia, tiene un plan en marcha que supone 23 veces lo que ha pensado invertir España desde el sistema público, el que debe estimular a quienes lideren el asunto. Un programa nacional que estime modernizar todos los aspectos productivos de un país y que lo sitúe en la vanguardia de esta Revolución Industrial exige abordar cuatro aspectos determinantes. La automatización, el acceso digital al cliente, la Información Digital y la conectividad. La división exige que desde la administración se tenga muy claro que con 97 millones escasos no se puede abordar un salto cualitativo. Los campos son cuatro pero cada uno de ellos exige una reflexión que en su conjunto conforman la transformación digital de toda una economía, una sociedad y un espacio en condiciones que dejar en herencia a nuestros hijos.
Para que el programa sea un éxito y no un ‘pdf’ la mar de bonito se debería poner énfasis formar a nuevos profesionales divulgando que significa Industria 4.0 y porque es determinante estar dispuesto a adoptarla. El problema para muchas empresas es la falta de talento y personal cualificado para asumir ese reto de transformación. Dramático. Para solucionarlo es imprescindible formar las competencias que se necesitan. De la destrucción de empleo masivo inminente debe nacer un nuevo espacio laboral diametralmente distinto. Hay que hablar con la Universidad, con la formación profesional y con los estamentos educativos. El mundo de mi hijo no será como este, su modo de emplearse tampoco. No prepararlo, no hacer nada al respecto, es ir directos al desastre. Se precisa estrategia, no táctica.
Y cierto es que como España crea empleo, la prisa en modificar las cosas se retrasa. Es aquel 'no toques nada que parece que ahora funciona' cuando no arrancaba la moto y finalmente se pone en marcha. Normalmente lo que pasaba es que el motor se está recalentando y se romperá definitivamente por no haberlo parado y engrasado. Se crea empleo, si, un empleo cuya cotización no aguantará las pensiones futuras. Un empleo que no moderniza nuestra economía. Dependiente de sectores cíclicos y de escaso valor añadido. Un empleo que no exige el reto de confrontar lo humano a lo tecnológico. En el futuro inmediato muchos países habrán reparado el daño que la automatización, la robotización y los modelos productivos vinculados la Industria 4.0 creando nuevos oficios, nuevas maneras de trabajar y, si me apuras, de ser. De vivir.
Es cierto que a los 97 millones hay que sumar muchos otros programas. Es cierto que hay grandes proyectos en marcha y que la guerra es diaria en miles de empresas para no dejar escapar el tren. Pero, ahora más que nunca, es imprescindible que se marque el terreno de juego, las reglas y las ayudas necesarias para que podamos ‘entrenar’ a lo que jugarán otras economías del mundo.
Estamos en la estación. Hay un tren anunciando su salida. Muchos pasajeros se preguntan si deben subir o no. Saben que sería interesante hacerlo pero quien debe animarlos a subir está mirando su reloj y nos dice ‘¡tranquilos habrá más trenes! Depende de nosotros también tomar algún tipo de medida. Podemos exigir que no nos dejen en el anden. Otra vez no.