Smart Cities: cambiar el verbo ‘crecer’ por ‘optimizar’.
Barcelona necesita reactivar su importancia global en materia económica y de vanguardia tecnológica, sustituir los titulares internacionales que hablan exclusivamente de política y conflictos, por otros que vuelvan a hablar de la capital catalana como epicentro de progreso y modernidad. De ahí la importancia de un evento como el Smart City Expo World Congress que se celebra desde ayer en el Gran Via Venue. Un evento de referencia mundial que, por otro lado, se enmarca en una de las áreas más relevantes de la Industria 4.0 y sus implicaciones sociales.
Barcelona necesita reactivar su importancia global en materia económica y de vanguardia tecnológica, sustituir los titulares internacionales que hablan exclusivamente de política y conflictos, por otros que vuelvan a hablar de la capital catalana como epicentro de progreso y modernidad. De ahí la importancia de un evento como el Smart City Expo World Congress que se celebra desde ayer en el Gran Via Venue. Un evento de referencia mundial que, por otro lado, se enmarca en una de las áreas más relevantes de la Industria 4.0 y sus implicaciones sociales.
En este ámbito del debate sobre el papel de las ciudades en el futuro y de las implicaciones tecnológicas que se derivarán, hace dos semanas ofrecí una conferencia en Bogotá para la principal energética colombiana, Grupo Energía Bogotá, en la que se me pidió que expusiera acerca de las implicaciones tecnológicas y socioeconómicas en una ciudad inteligente. Desde mi punto de vista se suele llamar ciudad inteligente de un modo demasiado ligero a aquellas urbes que han incorporado tecnología digital en mayor o menor medida, básicamente IoT y sensores de todo tipo. Algo que no es suficiente y que, en muchos casos, deja en evidencia que la definición de lo que es una 'smart city' no está claro del todo.
El futuro son las ciudades. Casi serán ciudades estado. Algo que va intuyéndose. La importancia de cuanto ofrecerán muy pronto debe sujetarse en la sostenibilidad y en la humanización pendiente. No podemos hablar de ciudades inteligentes cuando paseando por el centro apenas puedes mantener una conversación sino es gritando. No podemos hablar de ciudad inteligente cuando respirar se convierte en un elemento de riesgo para tu salud. No podemos hablar de ciudad inteligente cuando desconoces que hace tu municipio por ti ni que datos gestiona de ti. No podemos hablar de ciudad inteligente cuando se estimula el vehículo privado o cuando el uso compartido no se premia. Queda mucho por hacer, pero sobretodo, en el ámbito de las ciudades inteligentes, lo que queda es dejarse de titulares, trípticos, autoproclamaciones y falta mucho trabajo, convencimiento y políticas creíbles.
No hablamos de dar acceso libre a internet en toda la ciudad, ni que sepamos en cualquier momento donde está el autobús que esperamos. Eso es digitalizar una ciudad, no necesariamente hacerla inteligente. Las ‘smart cities’ son mucho más. No hay límite. Adquiere datos de todo cuanto sucede, se convierte en un espacio eficiente energéticamente, permite a sus ciudadanos acceder a la información y a poder operar con ella, se les ofrecen servicios en lugar de productos vinculados a la salud, la movilidad, la educación, etc.
Es un conglomerado de tecnologías sin límites para adquirir un fondo de convivencia inteligente y no convertirse en una especie de escaparate digital. Las ciudades inteligentes tienen que ver con la eficiencia. El futuro será eficiente o no será. El crecimiento sostenible es imprescindible. Las generaciones que poco a poco ocupan espacios relevantes en consumo, dirección o gestión son cada vez más exigentes en este sentido. El verbo ‘crecer’ dará paso al ‘optimizar’. Esa es la clave. Los modelos de negocio que obvien esa máxima no serán rentables porque la sociedad los rechazará.
Y en eso que todos se nominan como Smart City. Las hay por todas partes pero no lo son. Ni se acercan. En España menos incluso. Un nuevo informe del Bank of America Merrill Lynch sitúa a Singapur, Londres, Nueva York, París y Tokio como las ciudades más inteligentes del mundo y no sitúa a ninguna ciudad española entre las 20 primeras. Es curioso descubrirlo ya que, si por los titulares con los que nos bombardean habitualmente decenas de ciudades de nuestro país, parecería que deberíamos de estar liderando ese ranking. Y es que en esto de las ciudades inteligentes hay más literatura política que acción estratégicamente técnica.
Dicen que el 86% de las ciudades españolas con más de 200.000 habitantes tienen una estrategia de ciudad 4.0 pero sólo han invertido entre 20 y 40 millones de euros en este fin en los últimos cuatro años, básicamente 20 veces menos que Francia, 50 veces menos que Reino Unido o 100 veces menos que Singapur. Puedes tener un plan pero si no lo sustentas con presupuesto es como tener una tía en Granada, que ni tienes tía ni tienes nada.
El grado de avance de las ciudades 4.0 en España es realmente bajo, por lo que es prioritario incrementar las inversiones para afrontar con éxito los retos que impone el actual desarrollo social. Las cinco ciudades españolas que más han trabajado para convertirse en ciudades 4.0 son Barcelona, Santander, Madrid, Valencia y Málaga pero con un volumen de inversión muy inferior a la de nuestros vecinos o competidores internacionales. Y es importante por los recursos que puede generar. Recordemos que una ciudad inteligente lo es para mejorar la vida de sus ciudadanos, pero también para facilitar la vida de quienes la visitan.
El término smart city se ha convertido en una especie de mantra electoral, publicitario, una etiqueta y un mercado. Demasiado producto empaquetado sobre lo que necesita una ciudad. Se asume que todas las ciudades necesitan un tipo de iluminación inteligente o un servicio en la nube estandarizado. Y en realidad, precisamente, una ciudad inteligente no precisa nada precocinado, el plan es global pero desde un punto de vista absolutamente local. El problema de las ‘smart cities’ es que están de moda como concepto pero no está claro en muchos ámbitos políticos y de decision el significado exacto y transversal que se le supone.
Y si algo define a una ciudad inteligente es la masiva gestión de datos. El potencial de los datos es formidable. Sin embargo solemos equivocarnos en lo que suponen. Los datos, por si mismos no son mucho. Adquieren importancia en el modo en el que son utilizados. De hecho caducan rápido y sólo son interesantes si se comparten de un modo eficiente y sin contemplaciones. De ahí el problema. Requiere un modo nuevo de pensar y de gestionar, colaborando, generando ecosistemas y nuevos negocios. Muchos datos en manos de pocos no permiten extraer todas sus virtudes y nos deja en la intemperie de sus defectos. No todas las ciudades autodenominadas inteligentes son ciudades abiertas. Y la apertura es indispensable para ser inteligente. El open data es un requisito ‘sine qua non’ y, repito, no es una práctica generalizada entre esas hipotéticas Smart cities. De ahí que no sean todas las que están aunque sí estén todas las que son.
Cumbres sobre el clima, Economía Circular y millones de taladros.
En el mundo hay más de 600 millones de taladros. La media de uso a lo largo de su vida será de no más de 13 minutos. No es sostenible. Estoy seguro que como este hay miles de ejemplos de productos que compramos, utilizamos muy poco y permanecen eternamente en un limbo inútil. Así, de ese modo, la industria de los taladros puede seguir fabricando más y más piezas que irán engordando la cifra completa y reduciendo la media de uso. No obstante, la conciencia que examina el motivo por el que compramos cosas que luego, al no utilizarlas más, pasan a una nueva vida en lo que denominamos ‘economía circular’, va en aumento.
En el mundo hay más de 600 millones de taladros. La media de uso a lo largo de su vida será de no más de 13 minutos. No es sostenible. Estoy seguro que como este hay miles de ejemplos de productos que compramos, utilizamos muy poco y permanecen eternamente en un limbo inútil. Así, de ese modo, la industria de los taladros puede seguir fabricando más y más piezas que irán engordando la cifra completa y reduciendo la media de uso. No obstante, la conciencia que examina el motivo por el que compramos cosas que luego, al no utilizarlas más, pasan a una nueva vida en lo que denominamos ‘economía circular’, va en aumento.
El pasado lunes fue el día Mundial del Medio Ambiente y mi intervención semanal en TVE se centró en diferentes aplicaciones que nos ayudan a mejorar su conservación. Puedes conocerlas en el video que acompaña este post. Aunque no hablamos de la denominada economía circular puesto que dedicaremos de nuevo un programa a ella en concreto, si es cierto que uno de los modos más efectivos de conservar el planeta parte de este nuevo paradigma económico y social. La economía circular plantea la reducción del uso de materias primas y energía reutilizando y reciclando todo tipo de residuos. Es un intento de cambiar el sistema de producción lineal basado en la compra de productos y el consumo masivo.
A medida que las nuevas generaciones van imponiendo un modo de entender el consumo muy distinto al que se tenía en el siglo pasado, la economía circular va tomando posiciones. ¿Por qué comprar un vehículo si lo puedo compartir? ¿Por qué adquirir productos si puedo utilizar servicios? En una economía circular el valor de los productos se mantiene en un ciclo productivo superior por lo que la generación de residuos se reduce. También, es cierto, se reduce el beneficio de la explotación intensiva que conocemos. Por eso, cuando grupos de presión abogan por mantener modelos productivos caducos amparados en la contención laboral, el discurso debe referirse a las opciones económicas que también surgen de este tipo de modelo productivo.
El usar y tirar se va a ventilar el planeta. No tenemos recursos ilimitados y cada vez es más evidente. Dejando de lado las meriendas esas en las que se reúnen centenares de mandatarios para gloria y disfrute de ellos mismos como en Kyoto o París, solo nos queda la percepción individual de que desde la propia acción personal podemos hacer mucho. Yo no hago ni caso de los grandes acuerdos que no son vinculantes. Un cálculo rápido nos da el coste de lo que en la Cumbre sobre el Clima de París, esa que ha abandonado Estados Unidos, es imposible que se ponga en marcha. Les mola mucho eso de levantarse del asiento y aplaudirse a ellos mismos. Lo hacen a menudo y no recuerdan que en el tiempo transcurrido entre el anterior masaje y este no ha sucedido nada. Nada de nada que dependa de ellos.
Sin embargo en el mundo si pasan cosas. Pasan las cosas que las personas hacen. La estimulación de los cambios viene de la mano de la conciencia individual y la economía circular es uno de los motores más claros. De hecho son las acciones políticas más inmediatas, las municipales, las que desde el principio han supuesto un impulso importante. Fue la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, la que hace apenas tres años puso en marcha medidas que giraban en torno a la economía circular. Fue el primer modelo público que logró la participación ciudadana de manera importante. Además acertó en colocar en la mesa de análisis a plataformas tecnológicas cuya genética es precisamente imponer el servicio al producto.
Al año siguiente se sumaron a este tipo de iniciativas municipales ciudades como Milán, Londres, Lisboa, Copenhague, Bruselas, Ámsterdam o Roma. Las ciudades españolas tardaron algo más. De Latinoamérica aun estamos pendientes. Tuvieron que pasar dos años hasta que algunas ciudades españolas, como Sevilla o Granada, se sumaran a una de esas soflamas que quedará por ver si son útiles de verdad. Ya he comentado en otras ocasiones que el futuro pasa por las ciudades. Nos guste más o menos el hecho de que en un par de décadas tres cuartas partes de la población mundial vivirá en ellas. De ahí que términos como ‘smart city’ o ‘sostenibilidad municipal’ tomen una importancia radical. El problema es que, al igual que las ciudades inteligentes, podemos estar ante mucho discurso equivocado. Una ‘smart city’ no es un bosque de farolas que se encienden cuando pasa alguien o con wi-fi gratuito. Es mucho más complejo y parece que no todos lo ven necesario para autodenominarse ‘smart’.
Los días internacionales a favor del Medio Ambiente están muy bien. Ayuda a que se hable y no cueste demasiado dinero hacerlo, pero en nuestro modo de vida actual existen miles de formas para participar de esa conciencia que debe garantizar un mundo a nuestros hijos. Se espera que en 2030 se espera reducir un 65% los residuos totales en Europa y en gran medida vendrá de incentivar el consumo colaborativo, la transformación del producto en servicio y de la iniciativa de proyectos empresariales y tecnológicos que lo rentabilicen también. ¿Tú que apps utilizas para mejorar el medio ambiente? Piénsalo.
La clave futura será la ciudad digital. Barcelona entre las 'Smart cities' más avanzadas.
La revolución industrial en la que estamos sumergidos es vista por unos como una amenaza en todos los sentidos económicos y sociales, por otros como una gran oportunidad de crear un mundo más humano y, la mayoría, ni la tienen en cuenta. A este tercer grupo pertenecen cuantos este pasado fin de semana se entretuvieron en sus respectivos congresos. Está claro que los que aun quedan por ‘congresear’ no van a diferenciarse demasiado. Al fin y al cabo un festival de estos sólo son para mostrar músculo o para muscular.
La revolución industrial en la que estamos sumergidos es vista por unos como una amenaza en todos los sentidos económicos y sociales, por otros como una gran oportunidad de crear un mundo más humano y, la mayoría, ni la tienen en cuenta. A este tercer grupo pertenecen cuantos este pasado fin de semana se entretuvieron en sus respectivos congresos. Está claro que los que aun quedan por ‘congresear’ no van a diferenciarse demasiado. Al fin y al cabo un festival de estos sólo son para mostrar músculo o para muscular.
Sin embargo la historia no se detiene. La cuarta (revolución), la nueva o la última, llámenla como quieran (el nominativo definitivo lo pondrán nuestros nietos) es algo que en algunos lugares se está teniendo en cuenta y en otros se está dejando pasar. En España no hay mucho de lo que sentirse orgulloso o tranquilo. Mientras se discute sobre quien o como van a repartirse sus cosas, la sociedad asiste a la mutación más intensa que ha vivido jamás el sistema laboral.
No hablo de salarios precarios. Tampoco de contratos temporales. Ni siquiera de empleo de escaso valor añadido. Eso ya lo sabemos, se dice y se digiere. Estoy señalando el mayor reto socioeconómico al que en menos de dos legislaturas estos tipos van a tener que enfrentarse. Una sociedad sin empleo. Mejor dicho, un empleo muy distinto. La velocidad de cambio está creciendo exponencialmente y no se dan por enterados. No trataron nada de eso, no lo tienen en cuenta, no lo ven previsible ni inmediato y ahí radica el drama.
No obstante, en cierta manera, da igual. Una vez asumido que los pilotos que tenemos, o que podemos tener, no van a trazar una ruta directa hacia la conquista de una economía de futuro e impulsar a tiempo el cambio de modelo de crecimiento de este país, nos queda hacerlo desde la empresa o desde un lugar que será el detonante de todos esos avances. Estoy hablando de las ciudades.
El epicentro de los cambios que vamos a vivir será el modelo ciudad. Un espacio que, en cuestión de muy poco, significará un modo de vida muy distinto entre los que vivan en ciudades inteligentes y los que no. La política que adopten las ciudades en el futuro inmediato las posicionará globalmente, les concederá las ventajas económicas y competitivas necesarias y les facilitará la vida a las personas que podrán ver como las cadenas de valor entre impuestos y servicios se reducen y se hacen eficientes. Es la ley digital universal puesta al servicio de los ciudadanos.
Tiene sentido, las ciudades son el futuro en innumerables aspectos pues acudimos a ellas en masa siendo redes socializadas que permiten la interacción de los exponentes de esa modernidad que comentamos cada día. Internet de las Cosas en ciudades inteligentes, socialización y economía compartida, impresión dimensional que precisa de puntos de recogida, automóviles automatizados o gestión de datos masiva de cuanto hacemos sus habitantes. No es Asimov, es algo que ya funciona y avanza sin hacer ruido.
Un plan es imprescindible. En él debe aparecer como vamos a trabajar en el futuro inmediato, ese lugar donde el empleo no será lo que es ahora. En una década tener algo que hacer en una ‘smart city significará la garantía económica para sus habitantes. Esto no va de crear empleo, va de crear futuro. Todavía estamos en las primeras etapas de los desarrollos inteligentes de las ciudades, pero en este 2017 se van a producir grandes anuncios. Entre 2014 y 2016, el mercado mundial de tecnologías para Smart cities aumentó en 3.300 millones de dólares, pasando de 8.800 millones de dólares a 12.100 millones de dólares. Se calcula que entre el 90 y 95 por ciento de la población americana y europea vivirá en áreas urbanas para 2050. Hoy en día, el 82,3 por ciento de la población en los Estados Unidos ya vive en áreas urbanas.
A medida que más ciudades del mundo se congestionan, los gobiernos deberían prepararse para estimular iniciativas en línea con el concepto Smart city. Algo que va más allá de tener una aplicación que te dice a que hora llega tu autobús. Estas iniciativas deben beneficiarse de utilizar tecnologías de proximidad que permitan superar los desafíos de movilidad que presenta la creciente población para garantizar la seguridad pública, optimizar el flujo de tráfico, crear mejores experiencias de turismo, eliminación absoluta de barreras y oportunidades de monetización de datos. Según el informe Unacast’s latest Proximity.Directory Report (Formerly Proxbook) las ciudades del mundo con un mejor desempeño en este sentido son Oslo, San Francisco, Londres, Singapore, New York y Barcelona. Si, Barcelona.
Singapur desplegó hace un par de años una ingente cantidad de sensores y cámaras para analizar la congestión del tráfico y la densidad de la gente, permitiendo que se redimensione todo el sistema de transporte público logrando un éxito notable. De hecho, ahora, también son capaces de predecir cómo los edificios nuevos van a afectar los patrones de viento o de las señales de comunicación.
Barcelona instaló una red de sensores de tierra para regular el riego en relación con las previsiones de precipitaciones y temperatura. Los sensores ajustan el sistema de rociadores y las fuentes de la ciudad para la eficiencia, llevando a un aumento en la conservación del agua en un 25 por ciento ahorrando a la ciudad medio millón de euros al año.
La ciudad de Nueva York ha comenzado a implementar un servicio de banda ancha de alta velocidad para toda la ciudad que se completará en 2025. Dentro de esta área, los funcionarios podrán monitorear los datos sobre la calidad del aire, el tráfico y el consumo de energía.
Londres utiliza la tecnología para ayudar a combatir la congestión y simplificar el aparcamiento. Las autoridades gubernamentales han abierto datos a empresas y proyectos para aprovechar esos datos en la construcción de sus productos.
San Francisco ha implementado un sistema de estacionamiento inteligente para monitorear la ocupación y puede usar estos datos para un sistema de estacionamiento dinámico que ajusta el costo del estacionamiento dependiendo de si los puntos están ocupados o no. Bienvenidos al mundo de los sensores.
¿Los saben nuestros gobernantes, opositores y derivados?
De la pequeña política no se puede esperar estrategia, sólo táctica.
Mientras sus señorías vuelven a poner la maquinaria electoral que seguramente nunca pararon, el país sigue exigiendo de políticas activas que lo sitúen en la senda competitiva con urgencia. La Cuarta Revolución Industrial empezó con timidez hace unos años, se vive intensamente en la actualidad y se impondrá con dureza en breve. Lamentablemente en la agenda de quienes tienen el mandato de coordinar políticamente ese tránsito siguen a la suya
Mientras sus señorías vuelven a poner en marcha la maquinaria electoral que seguramente nunca pararon, el país sigue exigiendo de políticas activas que lo sitúen en la senda competitiva con urgencia. La Cuarta Revolución Industrial empezó con timidez hace unos años, se vive intensamente en la actualidad y se impondrá con dureza en breve. Lamentablemente en la agenda de quienes tienen el mandato de coordinar políticamente ese tránsito siguen a la suya.
La pequeña política, que suele ser la misma que la de los políticos pequeños, sigue estancada e impidiendo que el curso de la gran política y de las decisiones estratégicas llegue a ningún punto. Los días pasan y todo va directo a un muro de contención que de momento se llama elecciones y en unos meses será ‘pacto de estado’. Contención a muchas cosas, pero fundamentalmente a la responsabilidad que tienen todos ellos en no haber sido capaces de acordar ahora lo que acordarán después. Exclusivamente porque en su aritmética mezquina siguen viendo un puñado de escaños más en la repetición de las elecciones.
El paréntesis de acción política lo pagaremos caro. Mientras el mundo se detuvo en un lugar llamado España, en el resto del Universo siguió girando. El coste que ha tenido detenerlo todo desde el punto de vista estratégico y dejar que la táctica impregnara la acción de gobierno (y oposición si la hubiere), no ha hecho más que permitir que se refuercen modelos económicos que deberían seguir enterrados y a la vez ha permitido que los emergentes sigan sumergidos. Hablo de cómo el sector inmobiliario vuelve a repuntar y cómo el apoyo al cambio de modelo productivo vinculado a las nuevas tecnologías sigue estacado.
El sector de la construcción sigue creciendo. Se firman más de 300 mil hipotecas al año y aunque ha moderado su incremento este se sitúa por encima del 3,5%. A la vez, la inversión en nuevas empresas se estanca. El capital riesgo, la gasolina que debe impulsar el motor de un cambio de modelo, se muestra reacio a entrar en España como anunciaba hace unos años.
Una encuesta en LinkedIn mostró un aumento de casi el 36% en la migración tecnológica a países que están abocados a ese cambio de modelo. En nuestro país ese flujo está estancado a pesar de ser un destino que desde hace años se situaba entre los prioritarios. La inseguridad económica, la falta de perspectiva global y la oscuridad aparente de lo que va a ser el futuro político no hacen más que entorpecerlo todo.
No se trata de quien gobierna sino de que lo haga alguien y que tenga claras las líneas maestras que deben situar nuestro país en el tren que cambiará el mundo. Convertir algunas zonas del país en ‘regiones inteligentes’ es algo más que construir polígonos o ‘siliconvaleis’ de juguete. Se trata de generar tejido empresarial digital, transformar procesos administrativos y generar confianza a quienes deben apostar su dinero en ello. La transferencia tecnológica entre universidad y empresa es muy escasa todavía y de ello es responsable fundamentalmente quien debe tender puentes, financiarlos y estimularlos.
Algo estaba cambiando hasta hace poco en España. Se había intensificado de manera inédita la estimulación por una nueva economía que debía abrir las puertas del futuro a toda una generación. De momento esa puerta sigue medio abierta. La parálisis política y la minúscula gestión que la acompaña no permiten que se abra de par en par. El mundo empresarial vive en paralelo a todo esto muchas veces pero lo mira de reojo. Cierto que aunque a la política no se le espere, es importante para garantizar programas concretos que den apoyo y tranquilidad al mundo económico. El que tiene que ver con la innovación es mucho más sensible a esos elementos pues precisa de transmitir confianza al exterior por estar en sectores disruptivos dónde es difícil demostrar con un 'track record' la viabilidad de algunas cosas obviamente.
Asturias, Barcelona, Madrid, Valencia, Andalucía o Euskadi son escenarios donde hay gente y proyectos que pueden competir en cualquier contexto internacional. Sólo precisan de ayudas, ecosistemas, capturar talento exterior en muchos casos y capital inteligente. De momento estas expectativas cuando se cumplen son anecdóticas y no un ‘modus vivendi’ de las mismas. De vez en cuando una startup alcanza los titulares por una gran operación corporativa, pero eso no es más que fuegos artificiales dentro de un espectáculo general bastante previsible. Necesitamos que suceda con normalidad y que no exija de grandes titulares porque, en definitiva, vaya convirtiéndose en el modelo tradicional.
¿Que quiero decir? Por ejemplo, España es líder mundial en cocina. Los mejores chefs del mundo nacieron aquí pero no tenemos más que la creatividad de todos ellos que ya es mucho. Sin embargo la tecnología llegará a su sector de un modo que seguramente no imaginamos. ¿Quién está trabajando en ello? ¿quién está dando apoyo a las empresas tecnológicas que trabajan en campos como ese? ¿qué transferencia tecnológica se está produciendo entre formación y empresas? ¿cómo afectará a la restauración la impresión 3D de comida?
En el sector turístico no toda la innovación va de la mano del ‘big-data’, sino que hay que tener en cuenta la robotización del servicio. ¿quién está en ello? ¿cómo se les asesora? ¿cómo se vincula la calidad y la automatización? Hay más ejemplos y sectores donde España es líder y no se está trabajando de manera estratégica y el tiempo pasa inapelable.
Barcelona, como capital mundial de la tecnología aplicada en ‘mobile’ tiene una aureola en ese sentido que se puede apagar sino se genera valor. No se trata de permitir la creación de miles de ‘apps’ sino de estructurar un modelo de investigación, desarrollo y ejecución comercial de muchos elementos. Realidad Virtual y Aumentada, socialización de plataformas, vinculación con la IoT o las ciudades inteligentes. Se trata de algo más que de anunciar planes, se trata de ponerlos en práctica y de manera consensuada y estratégica.
Crear regiones inteligentes no es solo poner sensores en cada semáforo o un cerebro capaz de estructurar el tráfico en base a ello. Hablamos de disponer de gobierno electrónico, de publicar datos abiertamente y de fomentar la economía colaborativa. Para ello hay miles de maneras de utilizar nuevos modelos económicos vinculados a nuevas empresas que piden a gritos poder ejecutar sus extraordinarios proyectos. Sino les damos salida en casa para que demuestren lo que son capaces de hacer difícilmente lograrán inversiones desde fuera.
Hablamos de mejorar una sociedad, de hacerlo desde el uso de la tecnología y a partir de lo que esta ofrece. Pero también de que la clase política lo entienda o se deje asesorar. No es obligatorio que sus señorías sepan de esto al detalle pero es imprescindible que piensen que los tiempos avanzan de forma exponencial. Lo que hace una semana era 1, ayer fue 2, hoy es 4, en unas horas 16 y mañana 256. Es urgente que dejen de lado la política de juguete y pasen a la acción política de verdad, la que debe generar los factores necesarios para que nuestra sociedad no las pase putas otra vez.
La transformación constante de la publicidad, móvil y predictiva.
Los temas que ocupan la agenda económica ya no son los que llenan las páginas, todavía, de la prensa salmón. Empiezan a vislumbrarse sin timidez los que van, o ya son, aspectos que anticipan un nuevo escenario que nos llegará casi sin avisar. O si. Tal vez el aviso es constante pero, como paso con la telefonía móvil, el propio Internet, las redes sociales o el ‘háztelo tú mismo’ que impera hoy en día, lo vivimos a tiempo real y lo naturalizamos antes los usuarios que los que describen la realidad económica más tradicional. Esto va de Internet de las Cosas (IoT), Industria 4.0, Ciudades o Comunidades Inteligentes (Smart Cities & Smart Regions), Big Data, FinTech y, en general, la transformación o revolución digital de la Economía y la Sociedad.
Los temas que ocupan la agenda económica ya no son los que llenan las páginas, todavía, de la prensa salmón. Empiezan a vislumbrarse sin timidez los que van, o ya son, aspectos que anticipan un nuevo escenario que nos llegará casi sin avisar. O si. Tal vez el aviso es constante pero, como paso con la telefonía móvil, el propio Internet, las redes sociales o el ‘háztelo tú mismo’ que impera hoy en día, lo vivimos a tiempo real y lo naturalizamos antes los usuarios que los que describen la realidad económica más tradicional. Esto va de Internet de las Cosas (IoT), Industria 4.0, Ciudades o Comunidades Inteligentes (Smart Cities & Smart Regions), Big Data, FinTech y, en general, la transformación o revolución digital de la Economía y la Sociedad.
En el campo de la publicidad se van a producir tres revoluciones inminentes. La primera tiene que ver con la predicción, ese modelo basado en el big data, small data y la analítica. La segunda en su capacidad, innata, de relacionarse con objetos inteligentes. ¿Que mejor para traducir nuestras necesidades de consumo que nuestro propio teléfono móvil que lo sabe todo de nosotros y conoce todos los idiomas del resto de sensores?. Y la tercera, la más compleja, tiene que ver con el hecho de que el mal llamado 'teléfono' pase a ser 'el lugar'. El consumo digital será móvil o no será. Ya no se trata sólo de que los publicistas del futuro deberán convencer a una nevera, se trata de asumir que no hay fronteras entre las diferentes disciplinas que la componen.
En eso estamos cuando aparecen informes que exigen velocidad, capacidad de reacción y dejarse asesorar lo antes posible. Veamos sino lo que se avecina en el campo de la publicidad. Así lo asegura el informe periódico de ZenithOptimedia, el cual estima que la inversión publicitaria, que aumentará un 4% impulsado por eventos mundiales como los Juegos Olímpicos, elecciones presidenciales en Estados Unidos y derivados, seguirá su trasvase inevitable a los modelos de difusión digital.
Lo más interesante para mí es que en nada, dentro de unos meses, la publicidad en Internet a través de dispositivos móviles ya superará a la de prensa escrita y representará algo más del 12% del total. Será esta plataforma el tercer mayor escenario sólo superado por la publicidad digital de escritorio y la televisión. Lo fascinante es que la publicidad, en un par de años, si sigue esta tendencia, será mayoritariamente digital y en 2018 superará definitivamente a la que se emite a través de ‘la caja tonta’.
Si quieres vender algo, prepara tu campaña en medios. Si quieres vender bastante prepárala para que se pueda consumir digitalmente y si quieres prepararte para la eclosión de los próximos años ves calculando como, cuanto y con quien vas a anunciarte en dispositivos móviles.
En términos numéricos, la publicidad en Internet representará el 34% del total inversión en 2017, la televisión 35,9%, pero en 2018 ese estrecho margen se volcará a favor del primero. La caída libre de la inversión en otros medios como la prensa escrita será cada vez más radical.
El asunto es de tal calibre que esta migración del consumo publicitario tiene a las agencias persiguiendo ‘targets’, público y tráfico a veces casi sin saber como. Es muy complicado. Nuevos modelos de crecimiento de comunidades compradoras, de llegada a un público cada vez menos determinado y, como diría un estratega político, las bolsas de votos cada vez son menos estables y cada vez sabemos menos donde ubicarlas. Eso pasa con la publicidad en estos momentos.
Dice el responsable del estudio, Steve King, que ‘vivimos el mayor trasvase de presupuestos publicitarios de la historia del marketing y todas las agencias buscan el modo para seguir el paso de los consumidores, los cuales casi sin avisar están adoptando un nuevo estilo de vida de absoluta movilidad.' Estos días en la Predict Conference que se celebra en Dublín hemos podido ver hacía donde va todo esto especialmente en la detección de tendencias y predicción de modelos de comportamiento en el consumo.
Totalmente de acuerdo. Sólo añadir que publicidad, marketing, sales Hacking u otros mecanismos ya no son departamentos estancos, son espacios líquidos que precisan trabajar en común, compartiendo objetivos y mecanismos, para, al final, descubrir que de cómo comunicamos se deriva algo mucho más importante, la transformación digital de quien se anuncia. ¿Estás transformando tu empresa? ¿tu institución?.
'Smart Regions' y políticas activas para afrontar el futuro.
Me pedía un amigo que explicara algo de cómo podría un gobierno afrontar el momento actual y de cómo una país, región o ciudad, abrazar ese futuro tecnológico y revolucionariamente digital que vivimos. Os traigo un ejemplo que vivo de cerca y que es, sin ser perfecto, significativo e inspirador.
Me pedía un amigo que explicara algo de cómo podría un gobierno afrontar el momento actual y de cómo una país, región o ciudad, abrazar ese futuro tecnológico y revolucionariamente digital que vivimos. Os traigo un ejemplo que vivo de cerca y que es, sin ser perfecto, significativo e inspirador. La revolución industrial en la que estamos sumergidos, la cuarta, la nueva o la última, llámenla como quieran, el nominativo definitivo lo pondrán nuestros nietos, es algo que en algunos lugares se está teniendo en cuenta y en otros se está dejando pasar. El pasado lunes destacaba cómo Europa, ante ese dilema, no se está tomando la vía adecuada. Pero no toda Europa espera, hay una que se sí se ha subido al tren.
La clave de todo responde a algo más que las ‘smart cities’, tal vez, y en eso si que hay un avance significativo, deberíamos hablar de ‘smart regions’, algo mucho más acorde con lo que realmente significa un proceso de cambio como el que vivimos y un encuentro real con la transformación del territorio y de sus activos principales que supone.
Parece que todo gira entorno a ‘las ciudades’. De San Francisco a Berlín, de Barcelona a Dublín, de Dubai a Boston. Da igual, el futuro tecnológico parece ligado sólo a un territorio localizado en una ciudad por compleja y grande que ésta sea. Y tiene sentido pues las ciudades con el futuro en innumerables aspectos pues acudimos a ellas en masa y son redes socializadas que permiten la interacción de los exponentes de esa modernidad que comentamos cada día. Internet de las Cosas en ciudades inteligentes, socialización y economía compartida, impresión dimensional que precisa de puntos de recogida, automóviles automatizados o gestión de datos masiva de cuanto hacemos sus habitantes.
Hoy escribo desde Cork, segunda ciudad de Irlanda y dónde Apple tiene su HQ europeo con miles de trabajadores ubicados en un edificio situado pocos minutos de la ciudad. Lo digo porque si algo me ha sorprendido del modelo de crecimiento tecnológico de este país es el esfuerzo gubernamental de extenderlo en todo el territorio. No son palabras, acaban siendo hechos. Los ecosistemas de tecnología identificables han dejado de ser monopolio de Dublín, Belfast, Galway, Limerick o el mismo Cork. Es muy significativo como el esfuerzo radica ahora, con el plan Irlanda 2015-2017, darle mayor contenido y profundidad a todo ese cambio que se viene gestando hace años y que ahora requiere de implantarse de manera genérica en toda la isla.
El tamaño ayuda, pero no es sólo eso. Se trata de potenciar un modelo productivo y hacerlo de manera integral en todo un territorio, de permitir el acceso a la banda ancha y a un precio reducido, de comprometerse desde la administración con lo que supone impulsar startups que precisan de un recorrido muy distinto al de las empresas más tradicionales y que pueda, en definitiva, ir ocupando cada vez más espacio un modelo productivo tecnológico, sostenible y vinculado al conocimiento.
Sabemos que el futuro depende de que podamos atender a un mundo sin empleo generando nuevos más ‘humanos’, más creativos, menos orientados a lo repetitivo o a lo que cualquier automatismo pueda hacer y para ello hay que trabajar duro en como se define un entorno propenso a esos cambios y permeable a ese progreso.
Las ciudades están muy bien, de hecho sirven para exponer claramente una marca ligada a un territorio, pero el problema es cuando se queda en eso. Aquí hablo de Barcelona y todo la vincula a la tecnología móvil y al turismo de ciudad. Si pregunto por Catalunya es mayoritaria la relación con las playas o las pistas de esquí. Está bien que así sea, pero ¿es eso síntoma de que el trabajo por una Smart City sólo está enfocado en la capital y se ha dejado de lado lo que podría ser una Smart Region? Tengo el convencimiento que es así y que eso es replicable a infinidad de lugares de España y de Europa.
Israel es una ‘smart region’, Irlanda está trabajando en ello. Algunos Landers alemanes también. Van más allá de una ciudad y su radio de influencia, se trata de derramar conocimiento a lo largo de un territorio amplio para ir preparando el futuro, un futuro que se nos viene encima sin miramientos.
Estoy invitado a trabajar en los próximos meses en el proyecto que comentaba. Es especialmente estimulante pensar que vamos a aprender mucho los participantes de cómo un entorno concreto puede convertirse en un hervidero de innovación. Vamos a conocer más de lo que venimos a explicar. Estoy seguro.
Este plan, que ofrecimos explicar a diferentes administraciones españolas, es puro futuro inmediato. Algún día comentaré las respuestas de cada uno, define muy bien el papel que juegan nuestros ‘líderes’ y la visión que tienen de ‘lo que hay que hacer’. El diseño de un programa integral que implica aquí a todo el mundo y que se ha diseñado con el firme propósito de convertir una región con opciones en la economía digital en una región inteligente para que abrace el futuro con entusiasmo en lugar de hacerlo con miedo.
Cualquier país que quiera definir zonas inteligentes precisa multiplicar sus esfuerzos técnicos y prácticos. Es momento de abandonar discursos repletos de tópicos. En época electoral que parece no acabar nunca, es incluso peor. De verdad es desesperante a veces ver como todo pasa y no pasa nada. Como las oportunidades se desvanecen y nadie toma decisiones o pone en marcha acciones que puedan arrancar el motor.
Esto no va de discutirse, pronto no habrá nada por lo que discutir. Esto sigue siendo un tema de planificación y acción. El caso que más claramente habla de lo que quiero decir vuelve a poner en punto de comparación donde nací y donde vivo. El presidente de España lanzaba una soflama de vergüenza ajena asegurando que creará 3 millones de empleos sin aportar ni una sola herramienta o plan sostenible que pueda soportar eso. Mientras este hombre que la historia juzgará como lo hará con Zapatero y derivados, sustenta su potencial ‘recuperación’ económica y creación mágica de empleos en empleos puramente vinculados a lo de siempre, a lo que a medio plazo no serán empleos sino estatuas en el caso de lograrlo, en otros lugares se asume que el empleo del futuro sólo puede ser creado en entornos tecnológicos o de conocimiento con valor añadido.
Rajoy aportaba sus 3 millones en un país de 50 y que intuimos no van ligados a ninguna revolución tecnológica. No nos aportó nada al respecto por lo menos. Enda Keny, primer ministro irlandés, con decenas de decisiones erróneas en su mandato, con un buen número de problemas sociales que solucionar y con múltiples conflictos que provienen de la austeridad impuesta desde la UE, aportó sólo 40.000 empleos que dice piensa crear en un país de 5 millones.
A simple vista parece poco, pero la diferencia radica en algo más interesante. Definen claramente cómo se debe afrontar el modelo de creación de empleo y su espacio real que puede ocupar en un momento de la historia más parecido a la Revolución Industrial que a época de Postguerra.
1. El gobierno de Irlanda presenta ese plan enfocado a crear empleos en una zona amplia y concreta del país. Cork y Kerry deberán acomodar esos empleos bajo la filosofía ‘smart region’. Para ello el programa vincula a todo Dios, incluidos algunos que venimos de fuera. El programa lo contempla todo.
2. Vincula ese empleo a la creación de la Universidad Tecnológica de Munster donde la creatividad multimedia generen los recursos necesarios para las empresas vinculadas al plan.
3. No se olvidan del problema de la sostenibilidad. El talón de Aquiles del futuro automatizado y del progreso inmediato. Para ello se incorpora en todo el territorio miles de dispositivos IoT listos para gestionar masivamente tráfico y servicios públicos vinculados a las nuevas empresas.
4. Se asume desde el minuto uno que los empleos no especializados en tecnología, creatividad o innovación, serán residuales. Construcción y servicios podrán ser asumidos por los que ya lo hacen actualmente y se focaliza en que el empleo del futuro sólo puede ser creado en ‘nuevas profesiones’ que se determina crear en ese nuevo entorno inteligente. Es decir, se constata que en un mundo con cada vez menos empleo humano, si queremos empleo hay que inventarlo y no esperar alguna ‘recuperación’ mágica que no se va a producir con la intensidad necesaria.
5. Las startups y las pymes serán el tejido básico de ese modelo. Se obliga a las grandes compañías instaladas en el territorio a implicarse en el nacimiento y crecimiento de las nuevas otorgando líneas de colaboración entre ambas que beneficien a las más débiles. El tejido tecnológico debe ser transversal.
6. Asumen que el comercio electrónico es el modo de compra y venta inmediato. No se prepara ninguna política activa para potenciar el comercio de siempre sino que todo se encamina en ofrecer un camino digital a todo el que venda algo. Sin costes, pagado, sin fricción. El gobierno asume que si ahora les pagan lo que vale estar online a todos a medio plazo los ingresos por impuestos crecerán, si no lo hacen, muchos desaparecerán. Es como invertir en futuro.
El plan es interesante, sólo es uno de tantos, pero es un ejemplo de cómo se puede trabajar en algo que se puede definir ‘smart region’ pero también, sencillamente, conquistar la Nueva Economía y con el menor impacto social posible. Esto no va de crear empleo, va de crear futuro.
El Big Data y la Internet del Todo.
¿Recuerdas cuando ser un ‘Community Manager’ era lo más ‘cool’? Ahora es un término que se utiliza lo menos posible por haber llegado al exceso y seguramente por haber sido mal definido en su día. Eso pasa mucho en tecnología, en las formas económicas cambiantes que nos toca vivir. Muchos vocablos aparecen para definir cosas nuevas, para intentar explicar en pocas palabras lo que representa una nueva actividad o un nuevo modelo de gestión. Además, se complica cuando el idioma que tiene que hacerlo es uno que de por si ya es suficientemente cáustico, el inglés.
Pues en eso estamos con lo de ‘Big Data’. Existe como una especie de tendencia a vincular dicho concepto exclusivamente a predecir que querrán los consumidores, a una especie de publicidad predictiva como si de una bola mágica se tratara y fuera capaz de decir donde y cuando va a haber un cliente de una empresa determinada y de proponerle el producto ‘que él ni sabe que quiere aún’.
Estoy seguro que en breve, apenas tres o cuatro años, decir que tienes una empresa de ‘Big Data’ será como raro, fuera de tiempo. De hecho lo que denominamos ‘Big Data’ no es más que una esquina de todo esto del análisis de toda la información generada.
Asistí hace un año a una charla de Arvind Narayanan, un tipo que investiga todo esto en Princeton y que fue el primero en analizar el valor de identificar las referencias cruzadas de los clientes ‘supuestamente anónimos’ en Netflix y cruzarlas con la Internet Database Movie. Recuerdo que explicaba que históricamente se capturaban los datos a través de procesos informáticos, como los sistemas de pago, pero ahora gracias a las redes sociales y a las tecnologías móviles combinadas con la ingesta masiva y analítica de datos, el foco está en las interacciones y experiencias de los consumidores. Todo ello proporciona datos de mucho más valor.
En esto del Big Data hay que diferenciar dos fases. Una primera que se basa en los datos procedentes de la secuencia de clicks en las páginas webs, que han permitido comprender las preferencias de los usuarios y su comportamiento. La segunda, la que me interesa más, es la que se deriva de que deja de lado las transacciones que realizan los usuarios y se centra en las interacciones de éstos. Es decir, no solo es un tema del ‘dato de lo qué compra el usuario’ sino todos los clicks que hace para alcanzar esa compra. Esa es la clave.
Decía que ‘los primeros datos son sencillos de analizar porque todo está bien especificado, pero los datos de las redes sociales necesitan mucha más interpretación, hay mucha más ambigüedad en cómo la gente se comunica y por eso la tecnología es más sofisticada’
Pero si estás pensando que esto del Big Data es muy complicado o que da algo de miedo, relájate, porque aun hay más. Una tercera generación en el análisis masivo y comprensión de datos se aproxima. Son los datos provenientes de sensores, de la Internet de las Cosas, del M2M. En el futuro, todo será capaz de sentir, de recibir un estímulo a través de un sensor.
Coches que no necesitaran conductor pero si datos, un cepillo de dientes enviándote un email con el estado de tus dientes, toda la logística de donde compras y como se te vende, las mascotas llevarán sensores, las autopistas, los bolígrafos, las lámparas, las persianas, las tostadoras, tu mujer, tu televisión, tu teléfono y tus zapatos. Todos esos datos también, ¿qué te pensabas? serán analizados, interpretados y recolocados donde sea preciso.
Justo en ese instante aparece una ecuación que sólo es capaz de identificarse en novelas de ciencia ficción pero con la diferencia de que en breve el adjetivo será innecesario. Internet de las Cosas (y sus sensores) más Big Data (con su analítica global) nos da la Internet del Todo. Ese es el destino.
Me temo que existe una especie de prejuicio sobre que todo esto del Big Data está planteado para ‘vender más’, para ‘interpretar intenciones de voto’ o para adelantarse al consumidor, borrego, ciudadano. Es como si, a partir de ahora, el control de nuestro destino estuviera escrito en un código binario y nosotros no lo supiéramos.
Lo dudo, tiene que ver con la Nueva Economía y sus interacciones sociales. Me atrae mucho más saber como esa ingesta masiva de datos y su interpretación lograrán afectar a la educación, en como esos datos permitirán hacer más eficiente el gasto sanitario o educativo, el transporte más eficiente, en como nos ofrecerán una mejor calidad de vida atendiendo a la transacción de datos. Me interesa más ver como eso del Big Data se integra como solución socioeconómica y cultural en lugar de ver como logra ofrecer anuncios personalizados. Lo segundo, que pasará y pasa, es lo de menos.
La ciudad 'de las cosas'
En algún momento todo estará conectado. Personas y objetos. Todo. Los electrodomésticos conversarán entre ellos. La culpa la tendrá, la tiene ya, la llamada ‘Internet of Everything’, que se caracteriza por la conexión a la Red de personas, procesos, datos y objetos. La ropa que nos ponemos tendrá sensores que nos facilitará acciones cotidianas, nos dará a conocer el universo que nos rodea en cada momento e interactuará con las prendas inteligentes de otras personas. A través de la voz y los datos, relojes, zapatillas y gafas estableciendo rutas y advirtiendo de precios atractivos con solo dirigir nuestra mirada hacia la fachada de un restaurante.
Un restaurante que, si decidimos entrar, tendrá infinidad de sistemas conectados y que, con nuestra llegada, activarán una experiencia de usuario mucho más rica permitiendo acceder a menús, informaciones detalladas, contactos y sugerencias gastronómicas en base a criterios preseleccionados en base a la gestión de datos masiva. Todo eso, probablemente, sucederá sin apenas ofrecer demasiados aspectos sobre nosotros mismos. La Internet de las Cosas se encargará de encontrarte o, como mínimo, adecuarse a un perfil extremadamente exacto en base a criterios de ubicación, tiempo, usos y experiencia acumulada.
Es la unión entre dos grandes aspectos de la vida futura, la conexión total y la gestión exponencial de datos. La Internet de las Cosas eclosionando con el crecimiento del consumo de datos inteligente derivando en un espacio físico y real. La capacidad para gestionar datos en base a la geolocalización de un comprador, usuario o interesado es un elemento destacable si estás pensando un proyecto emprendedor o quieres poner tu empresa ‘consolidada’ en la vía que conduce directamente al futuro inmediato.
Lo destacable es que todo ello pasará en un lugar llamado ‘ciudad’. Cuando hablamos de ciudades inteligentes deberíamos hablar de ‘ciudades conectadas’, de algo así como ‘la ciudad de las cosas’, donde los intercambios económicos y sociales se fundirán en un solo elemento que difícilmente se podrán separar. Y es este, precisamente, el elemento que les proporciona cierta ‘inteligencia comercial’.
La comercialización de servicios basada en la ubicación crecerá en cuatro años un 100%. Como dice Jim Freeze, ‘una empresa ya puede predecir que un cliente necesita un medicamento contra la alergia basándose en la cantidad de polen en suspensión que los informe municipales a tiempo real ofrecen, y, por ejemplo, el número de días que han pasado desde la última aplicación de ese medicamento a una persona en concreto con ese problema’. A partir de ahí, la ‘ciudad inteligente’ conectando objetos, datos y ciudadanos, se convierte en ‘la ciudad de las cosas’ y dispensa a ese afectado el medicamento cerca de dónde esté. Eso ya está pasando.
Si estas pensando como ‘modernizar’ tu empresa, o en que puede basarse tu nuevo proyecto, piensa en que tus clientes habitan en ‘la ciudad de las cosas’, un lugar donde los datos comprometerán las necesidades con la oferta pero basándose exclusivamente en una respuesta inmediata y certera.
El futuro del comercio, electrónico o no, está en el modelo de anticipación, en adelantarse a las necesidades creando experiencias cada vez más inteligentes. Un futuro donde la economía social pasará a ser la economía de la experiencia mediante una realidad predictiva. El santo grial para un vendedor es saber que quiere exactamente un potencial cliente. Si lo sabes, se lo puedes ofrecer. Si sabes donde está y cuando lo va a querer, lo venderás. De eso va la ‘ciudad de las cosas’.